13 de diciembre de 2024

El arca de Noé

«Reconozco que últimamente nos quejamos demasiado, sobre todo de la gente. Luego dicen que nuestro pueblo es bueno. Qué curioso, el pueblo es bueno y la gente, mala. Que me expliquen cómo es eso. ¡Qué fastidio!... Por ello, el hombre de hoy llama con escasa esperanza a la puerta de su prójimo: si nadie le abre, continúa llamando a la puerta de la administración. Esta, a su vez, rebosa de gente como un hormiguero y se encuentra abarrotada de funcionarios de todo tipo, por lo que se ha ido acostumbrando al rancio olor de las preocupaciones humanas, hasta volverse tan indiferente e insensible como un hipopótamo. Algunos de ellos incluso han acabado siendo más insensibles que los paquidermos y, envolviéndose en sus grises togas de burócratas, se han transformado en las sagradas piedras grises de la actualidad.
 
Un hombre sencillo de los antaño visitaba las viejas piedras sagradas para hacer sacrificios y venerar a los santos, o bien para rezar pidiendo lluvia durante las sequías prolongadas. Nuestro mundo cristiano estaba repleto de piedras y de santuarios. Con el declive de una fe, desplazada por la nueva visión del mundo, los lugares sagrados se cubrieron de zarzas y malezas, de espinos y rosales silvestres; quedaron desérticos y enmudecieron como los viejos cementerios turcos. De lugares sagrados pasaron a ser nidos de culebras y rocas para lagartijas. Ahora como mucho los visita alguna urraca para cavilar un rato en voz alta. En ocasiones se posa un arrendajo… ¡En cambio, aquí tenemos los neosantuarios de la administración! El hombre moderno transita sus vericuetos desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. A pesar de ello, poco parece conseguir.
 
¡Mientras tanto la dichosa vida fluye sin parar!»
 
Yordán Radíchkov
El arca de Noé

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