«—Pues bien, padre, no sé de quién, no sé de qué, pero hay que
salvarte. Yo no sé lo que anda por dentro de esta casa, entre tú y mi madre, no
sé lo que nada dentro de ti, pero es algo malo…
—¿Eso te ha dicho el padrecito ese?
—No, no me lo ha dicho el padrecito; no ha tenido que decírmelo; no me lo ha dicho nadie, sino que lo he respirado desde que nací. Aquí, en esta casa, se vive como en tinieblas espirituales.
—¡Bah!, ésas son cosas que has leído en tus libros…
—Como tú has leído otras en los tuyos. ¿O es que crees que sólo los libros que hablan de lo que hay dentro del cuerpo, esos libros tuyos con esas láminas feas, son los que enseñan la verdad?
—Y bien, esas tinieblas espirituales que dices, ¿qué son?
—Tú lo sabrás mejor que yo, papá; pero no me niegues que aquí pasa algo, que aquí hay, como si fueses una niebla oscura, una tristeza que se mete por todas partes, que tú no estás contento nunca, que sufres, que es como si llevases a cuestas una culpa grande...»
Miguel de Unamuno
Abel Sánchez
—¿Eso te ha dicho el padrecito ese?
—No, no me lo ha dicho el padrecito; no ha tenido que decírmelo; no me lo ha dicho nadie, sino que lo he respirado desde que nací. Aquí, en esta casa, se vive como en tinieblas espirituales.
—¡Bah!, ésas son cosas que has leído en tus libros…
—Como tú has leído otras en los tuyos. ¿O es que crees que sólo los libros que hablan de lo que hay dentro del cuerpo, esos libros tuyos con esas láminas feas, son los que enseñan la verdad?
—Y bien, esas tinieblas espirituales que dices, ¿qué son?
—Tú lo sabrás mejor que yo, papá; pero no me niegues que aquí pasa algo, que aquí hay, como si fueses una niebla oscura, una tristeza que se mete por todas partes, que tú no estás contento nunca, que sufres, que es como si llevases a cuestas una culpa grande...»
Abel Sánchez
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