«¡Qué rostro brutal! mi corazón revienta
desprecio, ni siquiera odio, rezuma desprecio verde todo mi cuerpo, náusea ante
esos esclavos, ignorantes del orden, borregos pastoreados con el cuento de la
patria, los valores sacrosantos, miro aquel busto gris con apariencia humana,
¡cómo asoma el desdén a mis ojos!, ¡qué agresivamente!, tan insultante que el
bulto palidece, se siente desnudado, sin sus insignias grotescas, para salvar
su propia estimación sólo halla su mecánica respuesta, levanta la mano y me la
aplasta en la mejilla, mi cabeza contra la tubería de gres, vacilo un momento,
tras el chasquido estalla fuego bajo mi piel, oigo cerrarse una ventana, el
guardia escupe otro insulto, en mi mejilla el ardor crece, por dentro de la
boca me mana un hilillo cálido y espeso, se hincha mi labio inferior aplastado
contra los dientes, trago de vez en cuando mi propia sangre, procurando que el
objeto gris no lo note, no darle esa satisfacción, el sabor me recuerda las
torturas infantiles del dentista, pero ahora se aviva mi desprecio, me lleno de
superioridad, la vivo como una borrachera, porque yo sé y ellos no, ninguno, yo
sé que el mundo es una trampa, los ideales una farsa, todos son espejismos, la
opresión y la revolución juegos de principiantes, callejones sin salida, saber
eso me agiganta, por eso el bulto gris se rinde a mi mirada, ha de volverme la
espalda como si quisiera hablar con los suyos, incluso simula que les habla,
pero es reconocer mi victoria, mi superioridad, mi potencia.»
Octubre, octubre
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