Friega la espalda de su padre.
Su padre no entiende nada
y no responde, cuando otros
le llaman por su nombre.
Está a demasiada profundidad
dentro de las arrugas y dobleces de su cuerpo,
demasiado profundo
para que él pudiera salir.
Una vez se despertó en un lugar desconocido.
Se puso las gafas.
Los lentes se empañaron
de lo que vio
y empezó a sangrar por la nariz.
Cuando volvió,
rehusó hablar,
olvidando todo
lo que había aprendido durante años.
Su tráquea se congeló,
y la sangre circulando todavía
lucha en vano
para deshelarla.
Sus latidos―
son huellas en la nieve
más allá del círculo polar.
El viento les cubre con más nieve.
Sólo las arrugas
de su piel
son profundas-profundas
como cicatrices quirúrgicas.
El tiempo ha dejado tajos por todo su cuerpo
como un cirujano no cualificado,
que no podría salvar a nadie
y simplemente cortó y cortó-y cortó.
No habla.
Crece su pelo,
crecen sus uñas,
pero no entiende nada.
Con una toalla áspera
seca el cuerpo de su padre―
una toalla suave no le sirve a nadie,
una toalla suave no absorbe la humedad.
Cuando afeita la barba de su padre,
su padre siente delante de él, igual
que en tiempos anteriores, cuando se sentó
delante del espejo afeitándose a sí mismo.
Viste a su padre con la chaqueta de su traje.
Parece demasiado grande.
Su padre encoge
unas tallas cada año.
Los bolsillos de la chaqueta están vacíos
como la memoria de su padre,
sus botones tan apagados
como la mirada de su padre.
Peina el pelo de su padre
y ata sus cordones.
Coloca a su padre
donde se siente el hombre de la casa― a la cabeza de la mesa.
Su padre no entiende nada,
su dominio un campo árido,
y él ―su hijo― cuida humildemente
ese legado marchitando el suyo.
Arvis Viguls
La caligrafía de la aguja
Su padre no entiende nada
y no responde, cuando otros
le llaman por su nombre.
Está a demasiada profundidad
dentro de las arrugas y dobleces de su cuerpo,
demasiado profundo
para que él pudiera salir.
Una vez se despertó en un lugar desconocido.
Se puso las gafas.
Los lentes se empañaron
de lo que vio
y empezó a sangrar por la nariz.
Cuando volvió,
rehusó hablar,
olvidando todo
lo que había aprendido durante años.
Su tráquea se congeló,
y la sangre circulando todavía
lucha en vano
para deshelarla.
Sus latidos―
son huellas en la nieve
más allá del círculo polar.
El viento les cubre con más nieve.
Sólo las arrugas
de su piel
son profundas-profundas
como cicatrices quirúrgicas.
El tiempo ha dejado tajos por todo su cuerpo
como un cirujano no cualificado,
que no podría salvar a nadie
y simplemente cortó y cortó-y cortó.
No habla.
Crece su pelo,
crecen sus uñas,
pero no entiende nada.
Con una toalla áspera
seca el cuerpo de su padre―
una toalla suave no le sirve a nadie,
una toalla suave no absorbe la humedad.
Cuando afeita la barba de su padre,
su padre siente delante de él, igual
que en tiempos anteriores, cuando se sentó
delante del espejo afeitándose a sí mismo.
Viste a su padre con la chaqueta de su traje.
Parece demasiado grande.
Su padre encoge
unas tallas cada año.
Los bolsillos de la chaqueta están vacíos
como la memoria de su padre,
sus botones tan apagados
como la mirada de su padre.
Peina el pelo de su padre
y ata sus cordones.
Coloca a su padre
donde se siente el hombre de la casa― a la cabeza de la mesa.
Su padre no entiende nada,
su dominio un campo árido,
y él ―su hijo― cuida humildemente
ese legado marchitando el suyo.
Arvis Viguls
La caligrafía de la aguja
No hay comentarios:
Publicar un comentario