20 de octubre de 2021

Una vida de verdad

«No era cierto que nunca encontrase a un hombre. En realidad, los encontraba con bastante frecuencia, pero raramente a alguno que pudiera llegar a cenar a casa de Millicent. Los conocía en otras ciudades, cuando iba con los coros que dirigía en Toronto, en los recitales de piano a los que llevaba a algún alumno especialmente prometedor. A veces los conocía en las propias casas de los alumnos: los tíos, los padres, los abuelos. Y la razón por la que no entraban en casa de Millicent y se limitaban a saludar con la mano —a veces secamente, otras veces con bravuconería— desde el coche, era que estaban casados. ¿Una esposa enferma, en la cama, dada a la bebida, o una fiera? Quizás. A veces, ni siquiera hablaban de ella: una esposa fantasmal. Acompañaban a Muriel a representaciones musicales: la afición a la música era una excusa muy socorrida. En ocasiones, incluso había un niño que tocaba un instrumento y actuaba como carabina. La llevaban a cenar a restaurantes de ciudades lejanas. Cuando hablaba de ellos, Muriel los llamaba amigos. Millicent la defendía. ¿Qué mal podía haber en ello si todo era a plena luz? Pero no era exactamente así, y siempre acababa en problemas, palabras duras, crueldades. Una amonestación de la dirección del colegio. La señorita Snow debe cambiar su conducta. Da mal ejemplo. Una esposa al teléfono. Lo siento, señorita Snow, pero tenemos que anular la clase. O un simple silencio. Una cita a la que la otra persona no acude, una nota que no recibe respuesta, un nombre que no vuelve a pronunciarse.»
 
Alice Munro
Una vida de verdad

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