«Pepe Rey no gustaba de entablar vanas disputas, ni era pedante, ni
alardeaba de erudito, mucho menos ante mujeres y en reuniones de confianza;
pero la importuna verbosidad agresiva del Canónigo necesitaba, según él, un
correctivo. Para dárselo le pareció mal sistema exponer ideas que, concordando
con las del Canónigo, halagasen a éste, y decidió manifestar las opiniones que
más contrariaran y más acerbamente mortificasen al mordaz penitenciario.
“Quieres divertirte conmigo —dijo para sí—. Verás qué mal rato te voy a dar.
Y luego añadió en voz alta:
—Cierto es todo lo que el señor penitenciario ha dicho en tono de
broma. Pero no es culpa nuestra que la Ciencia esté derribando a martillazos un
día y otro, tanto ídolo vano, la superstición, el sofisma, las mil mentiras de
lo pasado, bellas las unas, ridículas las otras pues de todo hay en la viña del
Señor. El mundo de las ilusiones, que es, como si dijéramos, un segundo mundo,
se viene abajo con estrépito. El misticismo en Religión, la rutina en la
Ciencia, el amaneramiento en las artes, caen como cayeron los dioses paganos:
entre burlas. Adiós sueños torpes; el género humano despierta, y sus ojos ven
la claridad. El sentimentalismo vano, el misticismo, la fiebre, el delirio,
desaparecen, y el que antes era enfermo hoy está sano, y se goza con placer
indecible en la justa apreciación de las cosas. La fantasía, la terrible loca,
que era el ama de la casa, pasa a ser criada… Dirija usted la vista a todos
lados, señor penitenciario, y verá el admirable conjunto de realidad que ha
sustituido a la fábula. El cielo no es una bóveda, las estrellas no son
farolillos, la Luna no es una cazadora traviesa, sino un pedrusco opaco; el Sol
no es un cochero emperejilado y vagabundo, sino un incendio fijo. Las sirtes no
son ninfas, sino dos escollos; las sirenas son focas; y en el orden de las
personas, Mercurio es Manzanedo; Marte es un viejo barbilampiño, el conde de
Moltke; Néstor puede ser un señor de gabán que se llama monsieur Thiers; Orfeo
es Verdi; Vulcano es Krupp; Apolo es cualquier poeta. ¿Quiere usted más? Pues
Júpiter, un dios digno de ir a presidio si viviera aún, no descarga el rayo,
sino que el rayo cae cuando a la electricidad le da la gana. No hay Parnaso, no
hay Olimpo, no hay laguna Estigia, ni otros Campos Elíseos que los de París. No
hay ya más bajada al Infierno que las de la Geología, y este viajero, siempre
que vuelve, dice que no hay condenados en el centro de la Tierra. No hay más
subidas al cielo que las de la Astronomía, y ésta, a su regreso, asegura no
haber visto los seis o siete pisos de que hablan Dante y los místicos y
soñadores de la Edad Media. No encuentra sino astros y distancias, líneas,
enormidades de espacio, y nada más. Ya no hay falsos cómputos de la edad del
mundo, porque la Paleontología y la Prehistoria han contado los dientes de esta
calavera en que vivimos y averiguado su verdadera edad. La fábula, llámese
paganismo o idealismo cristiano, ya no existe, y la imaginación está de cuerpo
presente. Todos los milagros posibles se reducen a los que yo hago en mi
gabinete, cuando se me antoja, con una pila de Bunsen, un hilo inductor y una
aguja imantada. Ya no hay más multiplicaciones de panes y peces que las que
hace la industria con sus moldes y máquinas, y las de la Imprenta, que imita a
la Naturaleza sacando de un solo tipo millones de ejemplares. En suma, señor
Canónigo del alma, se han corrido las órdenes para dejar cesantes a todos los
absurdos, falsedades, ilusiones, ensueños, sensiblerías y preocupaciones que
ofuscan el entendimiento del hombre. Celebremos el suceso.»
Benito Pérez Galdós
Doña
Perfecta
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