«Bonzo no dio un grito de dolor. No reaccionó en absoluto, aunque su cuerpo se elevó un poco en el aire. Era como si Ender hubiera pegado una patada a un mueble. Bonzo, sin conocimiento, cayó de lado, y quedó tirado directamente debajo de la lluvia de agua humeante de una ducha. No hizo ningún movimiento para escapar del calor homicida.
—¡Dios
mío! —gritó alguien.
Los amigos
de Bonzo dieron un salto para cerrar el agua. Ender se puso de pie
lentamente. Alguien le alargó su toalla. Era Dink.
—Salgamos
de aquí —dijo Dink.
Condujo a
Ender fuera. Detrás quedaba el pesado estrépito de adultos que
bajaban una escalera corriendo. Ahora vendrían los profesores. El
personal médico. Para vendar las heridas del enemigo de Ender.
¿Dónde estaban antes de la pelea? Cuando aún estaban a tiempo de
que no hubiera heridas.
No había
ahora ninguna duda en la mente de Ender. No recibiría ninguna ayuda.
Fuera lo que fuese lo que tuviera enfrente, ahora y siempre, nadie le
salvaría. Peter podría ser un canalla, pero había tenido razón,
siempre la tuvo: el poder de causar dolor es el único poder que
importa, el poder de matar y destrozar; porque si no eres capaz de
matar entonces siempre estás sometido a los que sí son capaces, y
nada ni nadie te salvará.»
Orson Scott
Card
El juego
de Ender
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