30 de marzo de 2017

Hamlet


«HAMLET
¡Ojalá que esta carne tan firme, tan sólida,
se fundiera y derritiera hecha rocío,
o el Eterno no hubiera promulgado
una ley contra el suicidio! ¡Ah, Dios, Dios,
qué enojosos, rancios, inútiles e inertes
me parecen los hábitos del mundo!
¡Me repugna! Es un jardín sin cuidar,
echado a perder: invadido hasta los bordes
por hierbas infectas. ¡Haber llegado a esto!
Muerto hace dos meses… no, ni dos; no tanto.
Un rey tan admirable, un Hiperión
al lado de este sátiro, tan tierno con mi madre
que nunca permitía que los vientos del cielo
le hiriesen la cara. ¡Cielo y tierra!
¿He de recordarlo? Y ella se le abrazaba
como si el alimento le excitase
el apetito; pero luego, al mes escaso…
¡Que no lo piense! Flaqueza, te llamas mujer.
Al mes apenas, antes que gastase los zapatos
con los que acompañó el cadáver de mi padre
como Níobe, toda llanto, ella, ella
(¡Dios mío, una bestia sin uso de razón
le habría llorado más!) se casa con mi tío,
hermano de mi padre, y a él tan semejante
como yo a Hércules; al mes escaso,
antes que la sal de sus lágrimas bastardas
dejara de irritarle los ojos,
vuelve a casarse. ¡Ah, malvada prontitud,
saltar con tal viveza al lecho incestuoso!
Ni está bien, ni puede traer nada bueno.
Pero estalla, corazón, porque debo callar.»

William Shakespeare
Hamlet

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