«Cuando
he empezado un proyecto no paro, y sólo bajo el ritmo si es imprescindible. Si
no escribo a diario empiezan a ponérseme rancios los personajes, con el
resultado de que ya no parecen gente real, sino eso, personajes. Empieza a
oxidarse el filo narrativo del escritor, y yo a perder el control del argumento
y el ritmo de la narración. Lo peor es que se debilita el entusiasmo de crear
algo nuevo; empiezas a tener la sensación de que trabajas, sensación que para
la mayoría de los escritores es el beso de la muerte. Cuando se escribe mejor
(siempre, siempre, siempre) es cuando el escritor lo vive como una especie de
juego inspirado. Yo, si quiero, puedo escribir a sangre fría, pero me gusta más
cuando es algo fresco y quema tanto que casi no se puede tocar.
[…]
Me gusta
hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son
180.000 palabras, que para un libro no está mal; si la historia es buena y está
bien contada, el lector puede perderse a gusto. Hay días en que salen diez
páginas sin dificultad, y a las once y media de la mañana ya me he levantado y
estoy haciendo recados como un ratoncito, pero a medida que me hago mayor
abundan más los días en que acabo comiendo en el escritorio y terminando la
sesión diaria hacia la una y media. A veces, cuando cuesta que salgan las
palabras, llega la hora del té y todavía estoy trabajando. Me van bien las dos
maneras, pero sólo en circunstancias muy graves me permito bajar la persiana
antes de haber hecho las dos mil palabras.»
Stephen
King
Mientras escribo
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