11 de agosto de 2016

Un paseo por el lado salvaje


«Eran los que preferían echar una partida en la máquina del millón a presentar una solicitud en una agencia de colocación. Por encima de las cunetas por las que fluía una vida oscura y autónoma o por callejones de gatos y cubos de basura demasiado estrechos para que pasara un Chrysler, se escondían en esa sucia tierra de nadie que se extiende al otro lado de las promesas de los carteles publicitarios, eludiendo la competencia por la fortuna y la fama. Se llamaban a sí mismos “Cazatalentos desempleado” y “Cocinero a tiempo parcial”, “Esteticista por horas” y “Solterona empedernida”, “Instructor de esquí acuático” y “Profesora de baile”. Y paseaban tranquilamente por sus pesadillas a tiempo parcial hasta que los despertaba una supuesta luz del día no menos espantosa que sus sueños. Sus nombres eran los de ciertas nociones melancólicas y raramente se concedían un descanso.

Sus delitos eran la enfermedad, la ociosidad, el exceso de confianza, el aburrimiento y la mala suerte. Eran los que no habían sabido tender cables a los tribunales, las fiscalías o la policía. Una diminuta piedra en su camino bastaba para que tropezaran y cuando caían, caían hasta el fondo.

Caían hasta el fondo y no volvían a levantarse. Si la vida es algo fácil si se encara pasito a pasito, ellos se empeñaban en apurarla a grandes saltos. Siempre se topaban con alguien llamado Doc con el que jugar a cartas. Se desviaban de su camino para comer en un local llamado Mamá. Sólo dormían con mujeres que tenían problemas más graves que los suyos. Tanto en la cárcel como afuera, siempre estaban comiéndose un marrón ajeno, declarándose culpables de los delitos de otro, cumpliendo su condena. No tenían ningún cable tendido con nada.

Amantes, sátiros, pirados en fuga, los burlados, los mutilados, los atormentados, los caídos sin remedio y los pícaros. Todos aquellos a los que nadie echaba un cable, y por los que nadie rezaba.

Aquellos a los que el abogado de oficio defiende diciendo:

-Su señoría, este hombre ya ha tenido su oportunidad, usted decide.»

Nelson Algren
Un paseo por el lado salvaje

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