«—¿Hay alguna razón, niña, para
que no tengas buena opinión del carácter del señor Crawford?
—No, señor.
Fanny deseaba añadir: “Pero sí
que la hay para que no la tenga de sus principios”, mas le faltó el valor ante
la espantosa perspectiva de tener que explicarse, argüirlo y que al final
probablemente no convenciese a su tío. La mala opinión que tenía del señor
Crawford se basaba principalmente en observaciones que, por el bien de sus
primas, no se atrevía a mencionar a sir Thomas. Maria y Julia, y en especial la
primera, estaban tan implicadas en la mala conducta del señor Crawford que no podía
exponer la verdadera personalidad de éste, tal y como ella creía que era, sin
traicionarlas. Había confiado en que a un hombre como su tío, de tan excelente
criterio, tan honorable y bueno, le bastase con el simple hecho de saber que a
ella le disgustaba el señor Crawford. Para su infinita pena, descubrió que no
era así.
Sir Thomas se acercó a la mesa
ante la que estaba sentada ella, temblando y sintiéndose muy desdichada, y con
gran severidad y frialdad dijo:
—Ya veo que no sirve de nada
hablar contigo. Es mejor que pongamos fin a esta entrevista tan lamentable. No
puedo tener al señor Crawford esperando tanto tiempo. Así pues, sólo añadiré,
ya que considero que es mi deber dejar clara la opinión que me merece tu
comportamiento, que has echado por tierra todas las expectativas que me había
formado y que has demostrado tener un carácter totalmente distinto al que me
suponía. Pues, como creo que ha demostrado mi comportamiento, Fanny, me había
hecho una opinión muy favorable de ti desde que volví a Inglaterra. Creía que
eras ajena a terquedades, engreimientos y a esas tendencias a demostrar que se
es independiente de espíritu que tanto predominan hoy en día incluso entre las
jóvenes, y que en ellas resulta más ofensivo y desagradable que cualquier otro
defecto más corriente. Pero ahora me has demostrado que puedes ser obstinada y
retorcida, que puedes y quieres decidir por ti misma, sin ninguna consideración
o deferencia hacia quienes sin duda tienen cierto derecho a guiarte y sin tan
siquiera pedirles consejo. Has demostrado ser muy distinta a como me imaginaba.
Las ventajas o desventajas que esto pueda reportar a tu familia, a tus padres,
a tus hermanos, no parecen habérsete pasado por la cabeza en ningún momento. Te
da igual lo mucho que pudieran beneficiarse y alegrarse al casarte tú tan bien.
Sólo piensas en ti misma, y como no sientes por el señor Crawford lo que las
fantasías juveniles y calenturientas creen que es necesario para ser feliz, te
has decidido a rechazarlo de inmediato sin tan siquiera darte un poco de tiempo
para pensarlo, un poco de tiempo para considerarlo fríamente y analizar qué es
lo que de verdad quieres, y en pleno arrebato de insensatez estás privándote de
una oportunidad de hacer un matrimonio provechoso, honorable y distinguido que
probablemente nunca se te vuelva a presentar. He aquí a un joven caballero de
buen criterio, carácter, temperamento, modales y fortuna que te profesa un gran
afecto y que pide tu mano del modo más noble y desinteresado; y permíteme que
te diga, Fanny, que puede que vivas dieciocho años más sin que se te declare
nadie con la mitad de fortuna del señor Crawford ni una décima parte de sus
méritos. Yo habría estado encantado de concederle la mano de cualquier de mis
hijas. Maria se casó muy bien, pero de haberme pedido el señor Crawford la mano
de Julia, yo se la habría concedido con una satisfacción mucho mayor y sincera
de la que sentí al dar la de Maria al señor Rushworth. —Tras una breve pausa,
continuó—: Y me sorprendería mucho que cualquiera de mis hijas, al recibir una
proposición de matrimonio que sólo fuese la mitad de beneficiosa que ésta, de
forma inmediata y perentoria, y sin prestar el debido respeto a mi opinión y
estima, se negase tan rotundamente. Esa forma de proceder me sorprendería mucho
y también me dolería. Me parecería una flagrante violación de la obediencia y
respeto de una hija hacia su padre. A ti no se te puede juzgar según la misma
norma. Tú no me debes la obediencia de una hija, pero, Fanny, si alguna vez
consigues absolverte de tamaña ingratitud…
Se calló. Para entonces Fanny
lloraba tan amargamente que, pese a lo enfadado que estaba, sir Thomas no quiso
insistir más. A Fanny casi se le había partido el corazón por la imagen que se
había formado su tío de ella, así como por esas acusaciones, tan duras, tan
múltiples, que habían ido cada vez a peor. Terca, obstinada, egoísta y
desagradecida. Él pensaba todo eso de ella. Había traicionado sus expectativas
y ya no contaba con su buena opinión. ¿Qué iba a ser de ella?»
Jane Austen
Mansfield Park
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