7 de julio de 2016

Mansfield Park


«—¿Hay alguna razón, niña, para que no tengas buena opinión del carácter del señor Crawford?
—No, señor.

Fanny deseaba añadir: “Pero sí que la hay para que no la tenga de sus principios”, mas le faltó el valor ante la espantosa perspectiva de tener que explicarse, argüirlo y que al final probablemente no convenciese a su tío. La mala opinión que tenía del señor Crawford se basaba principalmente en observaciones que, por el bien de sus primas, no se atrevía a mencionar a sir Thomas. Maria y Julia, y en especial la primera, estaban tan implicadas en la mala conducta del señor Crawford que no podía exponer la verdadera personalidad de éste, tal y como ella creía que era, sin traicionarlas. Había confiado en que a un hombre como su tío, de tan excelente criterio, tan honorable y bueno, le bastase con el simple hecho de saber que a ella le disgustaba el señor Crawford. Para su infinita pena, descubrió que no era así.

Sir Thomas se acercó a la mesa ante la que estaba sentada ella, temblando y sintiéndose muy desdichada, y con gran severidad y frialdad dijo:

—Ya veo que no sirve de nada hablar contigo. Es mejor que pongamos fin a esta entrevista tan lamentable. No puedo tener al señor Crawford esperando tanto tiempo. Así pues, sólo añadiré, ya que considero que es mi deber dejar clara la opinión que me merece tu comportamiento, que has echado por tierra todas las expectativas que me había formado y que has demostrado tener un carácter totalmente distinto al que me suponía. Pues, como creo que ha demostrado mi comportamiento, Fanny, me había hecho una opinión muy favorable de ti desde que volví a Inglaterra. Creía que eras ajena a terquedades, engreimientos y a esas tendencias a demostrar que se es independiente de espíritu que tanto predominan hoy en día incluso entre las jóvenes, y que en ellas resulta más ofensivo y desagradable que cualquier otro defecto más corriente. Pero ahora me has demostrado que puedes ser obstinada y retorcida, que puedes y quieres decidir por ti misma, sin ninguna consideración o deferencia hacia quienes sin duda tienen cierto derecho a guiarte y sin tan siquiera pedirles consejo. Has demostrado ser muy distinta a como me imaginaba. Las ventajas o desventajas que esto pueda reportar a tu familia, a tus padres, a tus hermanos, no parecen habérsete pasado por la cabeza en ningún momento. Te da igual lo mucho que pudieran beneficiarse y alegrarse al casarte tú tan bien. Sólo piensas en ti misma, y como no sientes por el señor Crawford lo que las fantasías juveniles y calenturientas creen que es necesario para ser feliz, te has decidido a rechazarlo de inmediato sin tan siquiera darte un poco de tiempo para pensarlo, un poco de tiempo para considerarlo fríamente y analizar qué es lo que de verdad quieres, y en pleno arrebato de insensatez estás privándote de una oportunidad de hacer un matrimonio provechoso, honorable y distinguido que probablemente nunca se te vuelva a presentar. He aquí a un joven caballero de buen criterio, carácter, temperamento, modales y fortuna que te profesa un gran afecto y que pide tu mano del modo más noble y desinteresado; y permíteme que te diga, Fanny, que puede que vivas dieciocho años más sin que se te declare nadie con la mitad de fortuna del señor Crawford ni una décima parte de sus méritos. Yo habría estado encantado de concederle la mano de cualquier de mis hijas. Maria se casó muy bien, pero de haberme pedido el señor Crawford la mano de Julia, yo se la habría concedido con una satisfacción mucho mayor y sincera de la que sentí al dar la de Maria al señor Rushworth. —Tras una breve pausa, continuó—: Y me sorprendería mucho que cualquiera de mis hijas, al recibir una proposición de matrimonio que sólo fuese la mitad de beneficiosa que ésta, de forma inmediata y perentoria, y sin prestar el debido respeto a mi opinión y estima, se negase tan rotundamente. Esa forma de proceder me sorprendería mucho y también me dolería. Me parecería una flagrante violación de la obediencia y respeto de una hija hacia su padre. A ti no se te puede juzgar según la misma norma. Tú no me debes la obediencia de una hija, pero, Fanny, si alguna vez consigues absolverte de tamaña ingratitud…

Se calló. Para entonces Fanny lloraba tan amargamente que, pese a lo enfadado que estaba, sir Thomas no quiso insistir más. A Fanny casi se le había partido el corazón por la imagen que se había formado su tío de ella, así como por esas acusaciones, tan duras, tan múltiples, que habían ido cada vez a peor. Terca, obstinada, egoísta y desagradecida. Él pensaba todo eso de ella. Había traicionado sus expectativas y ya no contaba con su buena opinión. ¿Qué iba a ser de ella?»

Jane Austen
Mansfield Park

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