«Me alegra cambiar de vida una
vez más, como tantas veces he hecho durante estos últimos años. Veo al soldado,
al asesino, al que estuvo a punto de ser asesinado, al resucitado, al
encadenado, al emigrante.
Recuerdo una neblina matinal,
oigo el redoble del tambor de una compañía que se pone en marcha, ventanas que
se abren con estrépito en el piso más alto; diviso a un hombre en mangas de
camisa de color blanco, las extremidades de los soldados que se mueven con
brusquedad, un claro del bosque brillante de rocío; me lanzo sobre la hierba
ante el avance del “enemigo supuesto” y tengo el íntimo deseo de quedarme
tendido en ella, eternamente, en la hierba aterciopelada que acaricia la nariz.
Escucho el silencio, el blanco
silencio de la sala del hospital. Una mañana de verano, me levanto, oigo los
trinos de las alondras, llenas de salud, saboreo el cacao matinal con
panecillos de Viena y el olor a yodoformo en la “primera comida”.
Vivo en un mundo blanco de cielo
y nieve; los barracones cubren la tierra como una lepra amarilla. Saborea la
última chupada, tan agradable, de una colilla encontrada en el suelo, leo la
página de anuncios de un antiquísimo periódico de mi país, que le permite a uno
recordar nombres de calles familiares, reconocer al estanquero, a un conserje,
a una Agnes rubia con quien uno se acostó.
Oigo la lluvia refrescante
durante la noche en vela, los carámbanos que se funden de prisa al calor del
sonriente sol matinal; palpo los pechos robustos de una mujer que me encuentro
por el camino, con la que me he acostado sobre el musgo, y me agarro a la
blanca magnificencia de sus muslos. Duermo con un sueño pesado en el granero,
en el pajar. Recorro los surcos de los campos arados y me detengo a escuchar el
débil sonido de una balalaica.
Son tantas las cosas de las que
uno puede empaparse sin que por ello cambie en absoluto su cuerpo, su manera de
andar y de comportarse. Beber con avidez de millones de recipientes, no saciar
nunca la sed, pasar de un color a otro como un arco iris, sin dejar de ser
nunca un arco iris con la misma gama cromática.
Podía entrar en el Hotel Savoy
con una camisa y salir de él dueño de viente maletas…, y seguir siendo Gabriel
Dan.»
Joseph Roth
Hotel Savoy
No hay comentarios:
Publicar un comentario