«—Pues yo lo siento —dijo el
poeta agresivo.
—Y yo también —afirmó el
desconocido. Y le brillaba el ojo—, pero a mí me preocupa lo siguiente: si Dios
no existe, ¿quién mantiene entonces el orden en la tierra y dirige la vida
humana?
—El hombre mismo —dijo
Desamparado con irritación, apresurándose a contestar una pregunta tan poco
clara.
—Perdone usted —dijo el
desconocido suavemente—, para dirigir algo es preciso contar con un futuro más
o menos previsible; y dígame: ¿cómo podría estar este gobierno en manos del
hombre que no sólo es incapaz de elaborar un plan para un plazo tan irrisorio
como mil años, sino que ni siquiera está seguro de su propio día de mañana? —Y
volviéndose a Berlioz—: Figúrese, por ejemplo, que es usted el que va a
disponer de sí mismo y de los demás, y que poco a poco le toma gusto; pero de
pronto… resulta que usted… hum… tiene un sarcoma pulmonar —al decir esto el
extranjero sonreía, como si la idea del sarcoma le complaciera
extraordinariamente—, pues sí, un sarcoma —repitió la palabra sonora,
entornando los ojos como un gato—. ¡Y se acabó su capacidad de gobierno! Todo
lo que no sea su propia vida dejará de interesarle. La familia empieza a
engañarle; y usted, dándose cuenta de que hay algo raro, se lanza a consultar
con grandes médicos, luego con charlatanes y, a veces, incluso con videntes.
Las tres medidas son absurdas, y usted lo sabe. El fin de todo esto es trágico:
el que hace muy poco se sabía con el poder en las manos, se encuentra de pronto
inmóvil en una caja de madera; y los que le rodean, conscientes de su
inutilidad le queman en un horno. Y hay veces que lo que sucede es aún peor: un
hombre se dispone a ir Kislovodsk —el extranjero miró de reojo a Berlioz—;
puede parecer una tontería, pero ni siquiera eso está en sus manos, porque
repentinamente y sin saber por qué, resbala y le atropella un tranvía. No me
dirá que ha sido él mismo quien lo ha dispuesto así. ¿No sería más lógico
pensar que fue otro el que lo había previsto? —y se echó a reír con extraña
expresión.»
Mijaíl Bulgákov
El maestro y Margarita
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