«En los confines de una pequeña
ciudad sueca había un viejo jardín abandonado. En el jardín había una vieja
casa, y allí vivía Pippi Calzaslargas. Tenía nueve años y vivía completamente
sola. No tenía padre ni madre, lo cual era una ventaja, pues así nadie la
mandaba a la cama precisamente cuando más estaba divirtiéndose, ni la obligaba
a tomar aceite de hígado de bacalao cuando le apetecían caramelos de menta.
Hubo un tiempo en que Pippi tenía
un padre al que quería mucho. Naturalmente también había tenido una madre, pero
de esto hacía tanto tiempo que ya no se acordaba.
La madre murió cuando Pippi era
aún una niñita que se pasaba el día acostada en la cuna y lloraba de tal modo
que nadie podía acercarse a ella. Pippi creía que su madre vivía ahora allá
arriba en el cielo, y que miraba hacia abajo por un agujero para ver a su hija.
Pippi solía saludar con la mano a su madre y decirle:
—No te preocupes por mí, que yo
sé cuidarme solita.»
Astrid Lindgren
Pippi Calzaslargas
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