«Charity siempre había sospechado
que la suerte de la desterrada Julia podía tener sus compensaciones. Había esos
otros finales peores que el pueblo conocía, mezquinos, miserables,
inconfesados; otras vidas que continuaban tristemente, sin cambios visibles, en
el mismo estrecho escenario de hipocresía. Pero no eran esas las razones que la
retenían. Desde el día antes, sabía con exactitud qué sentiría si Harney la
tomaba entre sus brazos; el fundirse de la mano en la mano y la boca en la
boca, y la larga llama que la haría arder de los pies a la cabeza. Pero
mezclado con ese sentimiento había otro: el admirado orgullo de gustarle a él,
la sorprendente dulzura que la compasión de él había dejado en su corazón. A
veces, cuando su juventud la desbordaba, se había imaginado rindiéndose como
las otras muchachas a caricias furtivas a la luz del crespúsculo; pero no podía
abaratarse ante Harney. No sabía por qué se marchaba pero, puesto que iba a
hacerlo, ella tenía la impresión de que no debía hacer nada que deformara la
imagen de ella que él se llevaba. Si la quería tendría que buscarla: no debía
sorprenderse tomándola a ella como se tomaba a muchachas como Julia Hawes…».
Edith Wharton
Estío
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