«Tras las batallas, el
hospital de campaña ofrecía un panorama aún más atroz que las propias batallas.
En el suelo había una larga fila de camillas con los desventurados, y a su
alrededor se ajetreaban los doctores, arrancándose de la mano pinzas, sierras,
agujas, miembros amputados y ovillos de bramante. Muerto por muerto, hacían de
todo para que cada cadáver volviera a la vida. Sierra por aquí, cose por allá,
tapona conductos, volvían las venas como guantes y las colocaban otra vez en su
sitio, con más bramante que sangre por dentro pero remendadas y cerradas.
Cuando un paciente moría, todo lo que tenía servible valía para recomponer los
miembros de otro, y así sucesivamente. Lo que más se enmarañaba eran los
intestinos; una vez desenrollados, ya no se sabía como volverlos a colocar.
Al levantar la sábana,
el cuerpo del vizconde apareció horriblemente mutilado. Le faltaba un brazo y
una pierna, y no sólo eso, sino que todo lo que era tórax y abdomen entre el
brazo y la pierna había desaparecido, pulverizado por aquel cañonazo recibido
de lleno. De la cabeza quedaban un ojo, una oreja, una mejilla, media nariz,
media boca, media barbilla y media frente; la otra mitad de la cabeza era pura
papilla. Por resumir, se había salvado sólo la mitad, la parte derecha, que por
lo demás estaba perfectamente conservada, sin un rasguño, salvo el enorme
desgarrón que la había separado de la parte izquierda hecha migas.
Los médicos,
encantados. —¡Huy, qué bonito caso!— Si no moría en el trance, podían intentar
incluso salvarlo. Y le rodearon, mientras los pobres soldados con una flecha en
un brazo morían de septicemia. Cosieron, colocaron, pegaron; quién sabe lo que
hicieron. El caso es que al día siguiente mi tío abrió el único ojo, la media
boca, dilató la nariz y respiró. La fuerte fibra de los Terralba había
resistido. Ahora estaba vivo y partido por la mitad.»
Italo Calvino
El vizconde demediado
El vizconde demediado
1 comentario:
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