«Eran el juez y el
imbécil. Iban los dos desnudos y se aproximaban en el amanecer del desierto
como seres de una especie poco más que tangencial al resto del mundo, sus
siluetas repentinamente claras y luego fugitivas debido a la extrañeza de la
misma luz. Como objetos cuya propia premonición vuelve ambiguos. Como cosas tan
cargadas de significado que sus formas aparecen desdibujadas. Los que estaban
junto al pozo contemplaron en silencio aquel tránsito desde el despuntar del
día. Aunque no tenía ya la menor duda acerca de qué era lo que se les acercaba,
ninguno de los tres osó nombrarlo. Siguieron adelante, el juez de un rosa
pálido bajo su talco de polvo como algo que acaba de nacer y el imbécil mucho
más oscuro, trastabillando juntos por el hondón en los confines del exilio como
un rey procaz despojado de sus vestiduras y expulsado al desierto en compañía
de su bufón para morir allí.»
Cormac McCarthy
Meridiano de sangre
Meridiano de sangre
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