14 de diciembre de 2022

Hacia rutas salvajes


«“Sus padres parecían personas agradables —dice Hathaway—. Con franqueza, mi impresión es que no eran muy distintos de mis padres o de los padres de cualquiera. Lo que ocurría era que a Chris no le gustaba que le dijesen lo que tenía que hacer. Si le hubieran tocado en suerte otros, también habría sido infeliz. Su problema consistía en que no le gustaba la idea misma de tener padres.”
 
La complejidad de la personalidad de McCandless era desconcertante. Por un lado, amaba la privacidad y la soledad; por otro, podía ser sociable y gregario hasta extremos insospechados. Pese a su aguda conciencia social, no era uno de esos individuos silenciosos y adustos que hacen siempre lo correcto y fruncen el entrecejo cuando alguien se divierte. Al contrario, le gustaba ir de copas de vez en cuando y era un comediante incorregible.
 
Quizá la mayor paradoja se daba en relación con sus sentimientos contradictorios acerca del dinero. De jóvenes, Walt y Billie habían conocido la pobreza y, después de mucho luchar por abrirse camino en la vida, no veían nada de malo en disfrutar de lo que tanto les había costado conseguir. “Habíamos trabajado mucho, muchísimo —subraya Billie—. Cuando los niños todavía eran pequeños ahorrábamos todo lo que ganábamos como una inversión para el futuro.” El futuro llegó por fin, y aunque no hicieron ostentación de su discreta fortuna, sí que compraron cosas como ropa de marca, joyas para Billie o un Cadillac. Al final, adquirieron también la casa unifamiliar frente a la había de Chesapeake y el velero. Llevaron a los chicos a Europa, hicieron un crucero por el Caribe e iban a esquiar a la estación de Breckenridge. Billie reconoce que Chris “se sentía turbado con todos esos cambios”.
 
Su hijo, aquel adolescente de convicciones tolstoianas, creía que la riqueza era vergonzosa, corruptora y maligna por naturaleza; lo que no dejaba de ser irónico, porque al parecer Chris era un capitalista nato con un sexto sentido increíble para los negocios. “Chris siempre actuaba como un empresario —dice Billie entre risas—. Siempre.”
 
Cuando tenía ocho años, cultivaba verduras en el jardín trasero de la casa de Annandale y luego las vendía por el vecindario de puerta en puerta. “En el barrio, era aquel niño tan pequeño y gracioso que va por ahí arrastrando un carrito lleno de judías, tomates y pimientos —cuenta Carine—. Nadie podía resistírsele. Chris lo sabía perfectamente. Te miraba con expresión de angelito, como diciendo: “Soy tan mono, ¿por qué no me compra unas judías?” Regresaba a casa con el carrito vacío y un fajo de billetes en la mano.”
 
A los 12 años imprimió unos folletos publicitarios y montó un negocio de fotocopias, Las Fotocopias Rápidas de Chris, con servicio gratuito de recogida y entrega a domicilio. Utilizaba la fotocopiadora de la oficina de Walt y Billie y les pagaba unos centavos por copia. A los clientes les cobraba dos centavos menos que la tienda de la esquina y obtenía unos jugosos beneficios.
 
En 1985, a finales del primer curso de bachillerato, Chris fue contratado por un constructor local para promocionar sus servicios en el vecindario y consiguió multitud de encargos para restaurar fachadas y remodelar cocinas. Su éxito como vendedor fue asombroso. En pocos meses tuvo a media docena de estudiantes trabajando para él e ingresó 7.000 dólares en su cuenta bancaria. Utilizó una parte de ese dinero para comprarse el Datsun B210 amarillo de segunda mano.
 
La habilidad de Chris para vender era tan fuera de lo común que poco antes de graduarse, en la primavera de 1986, el constructor telefoneó a Walt y se ofreció a pagar los estudios universitarios del muchacho si lo persuadía de que se quedara en Annandale y continuase trabajando para la constructora en lugar de dejar el empleo y marcharse a Emory. “Cuando le expliqué a Chris la oferta que me habían hecho, ni siquiera la tomó en consideración —explica Walt—. Habló con su jefe y le dijo que tenía otros planes.”
 
Cuando terminó el instituto Chris anunció que se pasaría el verano recorriendo el país al volante de su nuevo coche. Nadie de la familia se imaginó que aquel viaje sería el primero de una serie de largas aventuras que lo llevarían a atravesar todo el continente. Tampoco nadie de la familia previó que un descubrimiento fortuito durante ese viaje inicial sería en última instancia lo que haría recluirse en sí mismo y alejarse de ellos, arrastrando a un vórtice de ira, incomprensiones y dolor a él mismo y a quienes lo amaban.»
 
Jon Krakauer
Hacia rutas salvajes

No hay comentarios:

Vistas de página en total

Con la tecnología de Blogger.
emerge © , All Rights Reserved. BLOG DESIGN BY Sadaf F K.