«Les hemos dado más de lo que
les hemos quitado, dijo el Comandante. Piensa en los problemas que tenían
antes. ¿Acaso no recuerdas los bares para solteros, la indignidad de las citas
a ciegas en el instituto o la universidad? El mercado de la carne. ¿No
recuerdas la enorme diferente entre las que conseguían fácilmente un hombre y
las que no? Algunas llegaban a la desesperación, se morían de hambre para adelgazar,
se llenaban los pechos de silicona, se hacían recortar la nariz. Piensa en la
miseria humana.
Movió la mano en dirección a
las estanterías de revistas antiguas. Siempre se estaban quejando. Problemas
por esto, problemas por aquello. Recuerdo los anuncios de la columna de
contactos: “Mujer alegre y atractiva, treinta y cinco años”… En cambio, así
todas consiguen un hombre, sin excluir a ninguna. Y luego, si llegaban a
casarse, las abandonaban con un niño, dos niños, sus maridos se hartaban, y se
marchaban, desaparecían, y ellas tenían que vivir de la asistencia social. O,
de lo contrario, él se quedaba y las golpeaba. O, si tenían trabajo, debían
dejar a los niños en la guardería o al cuidado de alguna mujer cruel e
ignorante, y tenían que pagarlo de su bolsillo, con sus sueldos miserables.
Como la única medida del valor de cada uno era el dinero, las madres no
obtenían ningún respeto.»
Margaret Atwood
El cuento de la criada
El cuento de la criada
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