«—¡Tooom!
A su espalda oyó un ligero
ruido y se volvió con el tiempo justo de atrapar a un niño pequeño por el
faldón de la chaqueta y detener su huida.
—No sé cómo no se me había
ocurrido que estarías en la despensa. ¿Qué hacías ahí dentro?
—Nada.
—¡Nada! Mírate las manos. Y mírate la boca. ¿Qué son esas manchas?
—No lo sé, tía.
—Bueno, yo sí que lo sé. Eso es mermelada. Te he dicho mil veces que si no dejabas en paz la mermelada te arrancaría la piel. Dame aquella vara.
La vara se agitó en el aire; el
peligro era inminente.
—¡Mire a su espalda, tía!
La anciana se dio la vuelta
enseguida, asiéndose las faldas para apartarlas del peligro. Entretanto el
muchacho se escapó, saltando por el alto vallado de estacas, y desapareció.
La tía Polly se quedó unos
instantes perpleja y luego se echó a reír suavemente.
—Maldito chico, ¿es que no
aprenderé nunca? ¿No me ha hecho ya bastantes jugarretas como esa para que
espere atraparlo ahora? Pero un tonto viejo es el peor tonto que existe. Ya lo dice el refrán, “perro
viejo no aprende trucos nuevos”. Y, válgame el cielo, si cada día la treta es
diferente, ¿cómo va una a saberla de antemano? Parece que sepa exactamente
cuánto puede distraerse un minuto o hacerme reír, se me pasa el enfado y no
puedo darle un cachete. No cumplo mi deber con el muchacho; esa es la verdad y
bien lo sabe Dios. Ahorrar el palo hace al muchacho malo, como dice la Biblia.
Estoy pecando y sufro por los dos, lo sé. El chico es de la piel de Barrabás,
pero al fin y al cabo es el hijo de mi difunta hermana, pobrecilla, y no tengo
valor para azotarle. Cada vez que le perdono me remuerde la conciencia, y cada
vez que le pego se parte mi viejo corazón. Es cierto que hombre nacido de mujer
tiene una vida corta y llena de tribulaciones, como dicen las Escrituras, y
convengo en que así es. Esta tarde hará novillos y no me quedará otro remedio
que hacerle trabajar mañana para castigarlo. Me duele hacerle trabajar los
sábados mientras los demás muchachos tienen fiesta, pero él aborrece el trabajo
más que nada en el mundo, y poco o mucho tengo que cumplir con mi deber o seré
la ruina del chico.»
Mark Twain
Las aventuras de Tom Sawyer
—Nada.
—¡Nada! Mírate las manos. Y mírate la boca. ¿Qué son esas manchas?
—No lo sé, tía.
—Bueno, yo sí que lo sé. Eso es mermelada. Te he dicho mil veces que si no dejabas en paz la mermelada te arrancaría la piel. Dame aquella vara.
Las aventuras de Tom Sawyer
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