«Como convenía a personas de
creciente importancia, los Gormer se estaban construyendo una casa de campo en
Long Island, y parte de los deberes de la señorita Bart consistía en acompañar
a su anfitriona en sus frecuentes visitas de inspección a la nueva propiedad.
Allí, mientras la señora Gormer discutía problemas de iluminación e higiene,
Lily tenía tiempo de pasear, bajo el rutilante aire del otoño, por la bahía
bordeada de árboles. Aunque era poco aficionada a la soledad, menudeaban los
momentos en que la aliviaba escapar de los huecos ruidosos de su vida. Estaba
cansada de dejarse arrastrar pasivamente por una corriente de placer y negocio
en la que no representaba ningún papel; cansada de ver a otras personas
entregadas a la diversión y al derroche, mientras ella era considerada como un
juguete costoso en manos de un niño mimado.»
Edith Wharton
La casa de la alegría
La casa de la alegría
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