¡La tarde, la velada, duerme
tan apaciblemente!
Consolada por dedos largos;
Dormida… cansada… o fingiéndose enferma,
Tendida sobre el suelo, aquí, entre tú y yo.
Tras tantas pastas y helados, ¿tendría yo
Valor para precipitar la crisis de esta situación?
Pero aunque haya llorado y ayunado, haya llorado y rezado,
Aunque haya visto traer mi cabeza (con su calva incipiente) en una bandeja,
No soy profeta —lo cual no importa nada;
He visto cómo temblaba el momento de mi grandeza,
He visto al eterno LACAYO ofrecerme el abrigo y disimular una risa—;
En pocas palabras: tuve miedo.
Acaso hubiera merecido la pena,
después de todo,
Después de las tazas, la mermelada, el té,
Entre la porcelana, entre conversaciones sobre ti y sobre mí,
Hubiera merecido la pena
Haber dado un bocado mientras sonreía
Haber estrujado el universo hasta convertirlo en una bola
Hacerlo rodar hasta llegar a alguna pregunta abrumadora.
Decir: «Soy Lázaro, he resucitado de entre los muertos,
He vuelto para contaros todo, os lo contaré todo»;
Si alguna, que colocase un cojín junto a la cabeza,
Dijera: «No, no es eso lo que quería decir, no.
No es eso, en absoluto.»
Hubiera merecido la pena,
después de todo,
Hubiera merecido la pena
Después de las puestas de sol y los jardines junto a la puerta y las calles mojadas
Después de las novelas, después de las tazas de té, y las faldas que se arrastran por el suelo,
Todo esto y mucho más
¡Es imposible decir lo que quiero!
Quizá te sorprenderías y te sonreirías:
Pero, como si una linterna mágica proyectara las siluetas de los nervios sobre una pantalla,
Hubiera merecido la pena
Si alguna colocara un cojín o se quitara el chal
Y mirando hacia la ventana dijera: «No, no es esto, no;
No, no es esto lo que quería decir, en absoluto.»
¡No!, no soy Hamlet, ni es ésa
la idea.
Soy un gentilhombre, bueno
Para hacer bulto en el cortejo, para abrir una escena o dos,
Para aconsejar al príncipe: más aún, un instrumento dócil;
Deferente, contento de ser útil,
Político, cauto y meticuloso,
Lleno de frases altisonantes, aunque algo obtuso;
A veces, incluso, parezco ridículo;
A punto estoy, a veces, de ser el bufón.
Envejezco… envejezco…
Llevaré pantalones con vuelta.
¿Me peinaré hacia atrás? ¿Y si me como un melocotón?
Llevaré unos pantalones blancos de franela, pasearé por la playa.
He oído cantar a las sirenas, una a otra.
No creo que canten para mí.
Las he visto surcar las olas y
dirigirse a alta mar,
Peinando el blanco cabello de las olas que el viento despeina
Cuando el viento sopla sobre el agua blanca y negra.
Nos demoramos en las cámaras
del mar
Junto a sirenas con guirnaldas de algas rojas y castañas,
Hasta que nos despierten voces humanas, y nos ahoguemos.
T. S. Eliot
Inventos de la liebre de marzo
Consolada por dedos largos;
Dormida… cansada… o fingiéndose enferma,
Tendida sobre el suelo, aquí, entre tú y yo.
Tras tantas pastas y helados, ¿tendría yo
Valor para precipitar la crisis de esta situación?
Pero aunque haya llorado y ayunado, haya llorado y rezado,
Aunque haya visto traer mi cabeza (con su calva incipiente) en una bandeja,
No soy profeta —lo cual no importa nada;
He visto cómo temblaba el momento de mi grandeza,
He visto al eterno LACAYO ofrecerme el abrigo y disimular una risa—;
En pocas palabras: tuve miedo.
Después de las tazas, la mermelada, el té,
Entre la porcelana, entre conversaciones sobre ti y sobre mí,
Hubiera merecido la pena
Haber dado un bocado mientras sonreía
Haber estrujado el universo hasta convertirlo en una bola
Hacerlo rodar hasta llegar a alguna pregunta abrumadora.
Decir: «Soy Lázaro, he resucitado de entre los muertos,
He vuelto para contaros todo, os lo contaré todo»;
Si alguna, que colocase un cojín junto a la cabeza,
Dijera: «No, no es eso lo que quería decir, no.
No es eso, en absoluto.»
Hubiera merecido la pena
Después de las puestas de sol y los jardines junto a la puerta y las calles mojadas
Después de las novelas, después de las tazas de té, y las faldas que se arrastran por el suelo,
Todo esto y mucho más
¡Es imposible decir lo que quiero!
Quizá te sorprenderías y te sonreirías:
Pero, como si una linterna mágica proyectara las siluetas de los nervios sobre una pantalla,
Hubiera merecido la pena
Si alguna colocara un cojín o se quitara el chal
Y mirando hacia la ventana dijera: «No, no es esto, no;
No, no es esto lo que quería decir, en absoluto.»
Soy un gentilhombre, bueno
Para hacer bulto en el cortejo, para abrir una escena o dos,
Para aconsejar al príncipe: más aún, un instrumento dócil;
Deferente, contento de ser útil,
Político, cauto y meticuloso,
Lleno de frases altisonantes, aunque algo obtuso;
A veces, incluso, parezco ridículo;
A punto estoy, a veces, de ser el bufón.
Llevaré pantalones con vuelta.
¿Me peinaré hacia atrás? ¿Y si me como un melocotón?
Llevaré unos pantalones blancos de franela, pasearé por la playa.
He oído cantar a las sirenas, una a otra.
Peinando el blanco cabello de las olas que el viento despeina
Cuando el viento sopla sobre el agua blanca y negra.
Junto a sirenas con guirnaldas de algas rojas y castañas,
Hasta que nos despierten voces humanas, y nos ahoguemos.
Inventos de la liebre de marzo
Ilustración de Julian Peters.
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