1 de febrero de 2021

Dientes, pólvora, febrero


«Luego, no conseguía ya el pastor despegar de la presa a sus mastines, después que los hubo dejado cebarse en sus carnes un par de minutos; y en cuanto hacía por apartarlos, metiéndoles el palo entre los dientes, se revolvían gruñendo contra él y retornaban, ensañados, a la garganta de la loba; la cual, cuando al fin la dejaron los perros, con todo el cuello desollado y macerado a dentelladas, aún conservaba, no obstante, un remoto y convulso movimiento de agonía. Y el pastor se acercó y le pisaba el hocico con la albarca y lo afianzó contra la tierra, y blandiendo en el aire la garrota, le rompió con un golpe certero la caja del cráneo, cuyos huesos crujieron al cascarse y hundírsele en el seso. Después el pastor se echó al suelo y se sentó junto a la loba muerta, y con la mano le anduvo rebuscando entre el pelo del vientre y tiró de un pezón y lo exprimía entre sus dedos, hasta sacarle un hilillo de leche, que saltó blanqueando entre las ingles de la loba y corría por su pelo de sombra y de maleza, a escurrir a la tierra, entre las verdes agujas de hierba de febrero. “Estaba criando”, dijo el pastor al levantarse, mirando hacia los otros.»
 
Rafael Sánchez Ferlosio
Dientes, pólvora, febrero

Imagen: La caza, película de Carlos Saura

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