«La imagen verdadera de Isak Dinesen fue durante mucho tiempo la de
una anciana espectral, elegante y teñida de enigma, hasta que el cine la
suplantó, con excesivo romanticismo y algo de ñoñería, por la de una sufrida y
colonial aristócrata. No es que la Baronesa Blixen no fuera romántica y
aristocratizante, pero es más justo decir que jugaba a serlo, al menos desde
que fue Isake Dinesen, esto es, desde que empezó a publicar, con ese y otros
nombres, y regresó a Dinamarca tras sus largos y fracasados años en África. “En
verdad llevamos máscaras según vamos envejeciendo, las máscaras de nuestra
edad, y los jóvenes creen que somos como parecemos, lo cual no es el caso”.
[…]
Lo cierto es que Isak Dinesen vivía normalmente en Rungstedlund, la
casa de su infancia danesa, y llevaba una vida muy sedentaria debido a sus
múltiples males, entre los cuales nunca olvidaba el más antiguo y el que nada
tenía que ver con la edad, la sífilis, que había contraído al año de su
matrimonio con el Barón Bror Blixen, de quien se había divorciado en su día no
sin grandes vacilaciones. Este marido era el hermano gemelo del hombre que ella
había amado en su primera juventud, y quizá los vínculos por persona
interpuesta sean los más difíciles de desatar.
Por causa de la sífilis hubo de renunciar a su vida sexual desde muy
temprano, y al ver que para aquello no había posible ayuda de Dios, y
considerando lo terrible que resultaba para una mujer joven verse privada del
“derecho al amor”, Isak Dinesen le prometió el alma al Diablo, y éste le
prometió a cambio que cuanto ella experimentara a partir de entonces se
convertiría en una historia. Eso fue al menos lo que le contó a un no-amante al
que doblaba en edad y triplicaba en inteligencia, el poeta danés Thorkild Bjørnvig,
con quien hizo un extraño pacto cuando ella tenía ya sesenta y cuatro años y a
quien dominó y sometió de manera absoluta durante cuatro. A este no-amante le
gustaba asustarlo con sus cambios bruscos, con sus calculados actos
sorprendentes, con sus hechizos y opiniones desconcertantes pero siempre
convincentes. En una ocasión lo asustó explicándole la índole de su ser: “Tú
eres mejor que yo, ese es el problema”, le dijo. “La diferencia entre tú y yo
es que tú posees un alma inmortal y yo no la tengo. Así sucede con las sirenas
o las hadas del agua, tampoco ellas la tienen. Viven más tiempo que los que
poseen un alma inmortal, pero cuando mueren desaparecen completamente y sin
dejar ningún rastro. Pero, ¿quién puede entretener y agradar y extasiar a la
gente mejor que el hada acuática cuando está presente, cuando juega y hechiza y
hace a la gente bailar más enloquecidamente y amar más ardientemente de lo que
nunca es posible? Pero mira, ella desaparecerá, y sólo deja tras de sí una
línea de agua en el suelo.”»
Javier Marías
Vidas
escritas
No hay comentarios:
Publicar un comentario