«De niña, Lucy había sido apacible, retraída, y había estado presta a observarlo,
pero nunca, al menos por lo que alcanzaba a colegir, a juzgarlo. Ahora, a sus
veintitantos, ha comenzado a distinguirse. Los perros, la jardinería y el
huerto, los libros de astrología, sus ropas asexuadas: en cada uno de esos
rasgos reconoce una declaración de independencia tan considerada como
determinada. También en su manera de volver la espalda a los hombres. En el
modo en que hace su propia vida. En cómo sale de su propia sombra y la deja
atrás.»
J. M. Coetzee
Desgracia
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