«Afortunadamente quedaban
camarotes de primera clase. A Rydal no le apetecía ir ni en segunda clase en un
barco como aquél. Probablemente había una tercera clase en las entrañas del
barco y la cubierta principal a popa estaba ya atestada de pasajeros que
viajaban al aire libre las veinticuatro horas que duraba la travesía. La gente
comía naranjas, plátanos y bocadillos y tiraba los desperdicios por la borda o
en el suelo. Al vislumbrar a esas gentes, mientras subía la pasarela, Rydal se
había sentido deprimido. Parecían ganado en un redil, sólo que éstos ya se
estaban empujando y disputándose el sitio para pasar la noche, y algunos ya
habían tomado posiciones y se habían tumbado sobre la cubierta, negándose a
moverse, pues el ser humano tiene la capacidad de prever.»
Patricia Highsmith
Las
dos caras de enero
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