«La publicidad nunca es el elogio de un placer en
sí mismo. La publicidad se centra siempre en el futuro comprador. Le ofrece una
imagen de sí mismo que resulta fascinante gracias al producto o a la
oportunidad que se está intentando vender. Y entonces, esta imagen hace que él
envidie lo que podría llegar a ser. Sin embargo, ¿qué hace envidiable este
lo-que-yo-podría-ser? La envidia de los demás. La publicidad se centra en las
relaciones sociales, no en los objetos. No promete el placer, sino la felicidad:
la felicidad juzgada tal por otros, desde fuera. La felicidad de que le
envidien a uno es fascinante.
Ser envidiado es una forma solitaria de
reafirmación, que depende precisamente de que no compartes tu experiencia con
los que te envidian.»
John Berger
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