«La loba fue depositada junto al chozo y salieron
a verla las mujeres, pero ellas no reían ni gozaban y sólo se detenían a
mirarla un momento, así de medio lado, en el gesto de volverse a marchar en
seguida, como quien mira una cosa deleznable, sin otra curiosidad ni otro
interés que el de tener la certeza de que había sido aniquilada, y únicamente
se encendía en el brillo de sus ojos la torva complacencia de quien tiene delante
a la víctima de una venganza satisfecha; en tanto que los niños se agachaban
sobre ella y le pasaban la mano por el pelo y le cogían las patas, doblándole y
desdoblándoles los juegos inertes de las articulaciones y le tocaban los ojos y
le levantaban con un palitroque el belfo ensangrentado, para verle los grandes
colmillos que tenía; y finalmente los hombres la contemplaban sin agacharse
hacia ella ni aproximarse demasiado, sonriendo, como quien mira una cosa
ganada, la prueba y el signo de alguna proeza, un atributo de dominio, o, en
una palabra: un trofeo.»
Rafael Sánchez Ferlosio
Dientes,
pólvora, febrero
La loba, Jackson Pollock
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