«Era evidente que no lo había olvidado, pero pese a todo había seguido siendo mi amigo. Me di cuenta entonces de que también yo había cometido errores y que no sólo eran los demás los que me habían acusado injustamente. ¿Era un acto de arrepentimiento por mi parte? ¿Era el estado de ánimo que precede a la muerte?
No sabía si, en el curso de mi vida, era yo quien después de todo me había mostrado más ingrato con los demás, o bien los demás conmigo. Sabía que algunos me habían querido de verdad, como mi madre hoy ya fallecida, que otros me habían odiado, como mi mujer de la que me había separado, pero ¿para qué saldar viejas cuentas, ahora que me quedaba tan poco de vida? Para aquellos con quienes me había mostrado ingrato, mi muerte sería ya compensación suficiente, y por los demás nada podía ya hacer. La vida no es al fin y al cabo más que un nudo de rencores inextricables, ¿tendría por casualidad algún otro significado? Pero ponerle punto final así era realmente prematuro. Me di cuenta de que no había vivido jamás de forma conveniente y que, de poder prolongar mi existencia, cambiaría a buen seguro mi forma de vivir, a condición de se produjera un milagro.»
Gao Xingjian
La Montaña del Alma
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