«Si bastase con amar, las cosas
serían demasiado sencillas. Cuanto más se ama tanto más se consolida lo
absurdo. No es por falta de amor por lo que Don Juan va de mujer en mujer. Es
ridículo presentarlo como un iluminado en busca del amor total. Pero tiene que
repetir ese don y ese ahondamiento porque ama a todas con el mismo ardor y cada
vez con todo su ser. De ahí que cada una espere darle lo que nadie le ha dado
nunca. Ellas se engañan profundamente cada vez y sólo consiguen hacerle sentir
la necesidad de esa repetición. “Por fin —exclama una de ellas— te he dado el
amor.” ¿Sorprenderá que Don Juan se ría de ella? “¿Por fin? —dice—: no, sino
una vez más.” ¿Por qué habría de ser necesario amar raras veces para amar
mucho?
¿Don Juan es triste? No es
verosímil. Apenas apelaré a la crónica. Esa risa, la insolencia victoriosa,
esos saltos y la afición a lo teatral son claros y alegres. Todo ser sano
tiende a multiplicarse. Así le sucede a Don Juan. Pero, además, los tristes
tienen dos motivos para estarlo: ignoran o esperan. Don Juan sabe y no espera.
Hace pensar en esos artistas que conocen sus límites, no los pasan nunca, y en
ese intervalo precario en que se instala su espíritu poseen la facilidad
maravillosa de los maestros. Eso es, sin duda, el genio: la inteligencia que
conoce sus fronteras. Hasta la frontera de la muerte física, Don Juan ignora la
tristeza. Desde el momento en que sabe, su risa estalla y hace que se perdone
todo. Era triste en la época en que esperaba. Ahora vuelve a encontrar en la
boca de esa mujer el gusto amargo y reconfortante de la ciencia única. ¿Amargo?
¡Es apenas esa imperfección necesaria que hace sensible la dicha!»
Albert Camus
El mito de Sísifo
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