Largo se
le hace el día a quien no ama
y él lo
sabe. Y él oye ese tañido
corto y
duro del cuerpo, su cascada
canción,
siempre sonando a lejanía.
Cierra
su puerta y queda bien cerrada;
sale y,
por un momento, sus rodillas
se le
van hacia el suelo. Pero el alba,
con
peligrosa generosidad,
le
refresca y le yergue. Está muy clara
su calle
y la pasea con pie oscuro,
y cojea
en seguida porque anda
sólo con
su fatiga. Y dice aire:
palabras
muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más
seguro que nadie porque nada
poseerá;
y él bien sabe que nunca
vivirá
aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día
largo y aún más larga
la noche.
Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
Claudio Rodríguez
Alianza
y condena
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