«Estábamos todos
bebiendo pero de alguna extraña manera, como casi siempre, yo había perdido el
ritmo. Era ingenioso cuando los demás eran entusiastas y entusiasta cuando ya
todo el mundo empezaba a ser reflexivo y reflexivo cuando todos querían
divertirse y estúpidamente divertido cuando ya andaban cansados. Alguien
gritaba: ¡SOMOS PRÍNCIPES!, y yo repetía: ¡PRÍNCIPES, SÍ PRÍNCIPES!, y entonces
otro decía: ¡SOMOS ÁNGELES!, y yo decía: ¡ÁNGELES, SÍ ÁNGELES! y corríamos de
un lado a otro a por más cerveza y alguien ponía coca en una mesa de cristal y
luego uno simpático, pequeño y feo pero al mismo tiempo especial y hasta guapo
a su manera, como una de esas ranas que uno sabe que acabarán convirtiéndose en
príncipe, me dio medio ácido y me pasó una botella de vino. Después de un rato
malo, sin mucha gracia, la conversación se hacía pesada, como puré de verduras
o algo así, hasta que apareció una preciosa chica rubia y alguien dijo cómo se
llamaba, pero no me enteré, y se sentó en el suelo y el príncipe rana le pasó
una guitarra y ella se puso a cantar con una voz que parecía estar agarrada a
una cornisa con una sola mano y cantó algo sobre un corazón que pasaba la noche
fuera de casa y que volvía siempre por la mañana destrozado en mil pedazos.
Cuando terminó su canción todo el mundo aplaudió, y la chica rubia no dijo
nada.
Tenía una sonrisa
pequeña y eso fue todo lo que nos dio, aparte de la canción. Luego se metió en
una de las habitaciones con uno de los tíos que había por allí. Uno de esos que
definitivamente no se lo merecen.»
Ray Loriga
Héroes
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