«Sherlock Holmes tomó el frasco
de la esquina de la repisa de la chimenea y sacó su jeringuilla hipodérmica de
su fino estuche de tafilete. Insertó la delicada aguja con sus dedos largos,
blancos y nerviosos, y se remangó la manga izquierda de la camisa. Durante
breves instantes, sus ojos se posaron pensativos en el musculoso antebrazo y en
la muñeca, cubiertos ambos de puntitos y cicatrices de las innumerables
punciones. Por último, clavó en la carne la punta afilada, presionó hacia abajo
el minúsculo émbolo y se dejó caer hacia atrás, hundiéndose en el sillón
forrado de terciopelo y exhalando un largo suspiro de satisfacción.»
Arthur Conan Doyle
El Signo de los Cuatro
No hay comentarios:
Publicar un comentario