“Porque la Belleza, Fedro, tenlo
muy presente, solo la Belleza es a la vez visible y divina, y por ello es
también el camino de lo sensible, es, mi pequeño Fedro, el camino del artista
hacia el espíritu. Pero ¿crees acaso, querido mío, que algún día pueda obtener
la sabiduría y verdadera dignidad humana aquel que se dirija hacia lo
espiritual a través de los sentidos? ¿O crees más bien (te dejo la libertad de
decidirlo) que es este un camino peligroso y agradable al mismo tiempo, una
auténtica vía de pecado y perdición que necesariamente lleva al descarrío?
Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos recorrer el camino
hacia la Belleza sin que Eros se nos una y se erija en nuestro guía; sí, por
más que a nuestro modo seamos héroes y guerreros virtuosos, en el fondo somos
como las mujeres, pues lo que nos enaltece es la pasión, y nuestro deseo será
siempre, forzosamente, amor: tal es nuestra satisfacción y nuestro oprobio.
¿Comprendes ahora por qué nosotros, los poetas, no podemos ser sabios ni
dignos? ¿Comprendes por qué tenemos que extraviarnos necesariamente, y ser
siempre disolutos, aventureros del sentimiento? La maestría de nuestro estilo
es mentira e insensatez; nuestra gloria y honorabilidad, una farsa; la
confianza de la multitud en nosotros, el colmo del ridículo, y el deseo de
educar al pueblo y a la juventud a través del arte, una empresa temeraria que
habría que prohibir. Pues ¿cómo podría ser educador alguien que posee una
tendencia innata, natural e irreversible hacia el abismo? Quisiéramos negarlo y
conquistar la dignidad, pero dondequiera que volvamos la mirada, nos sigue
atrayendo. De ahí que renunciemos al conocimiento; pues el conocimiento, Fedro,
carece de dignidad y de rigor: sabe, comprende, perdona, no tiene forma ni
postura algunas, simpatiza con el abismo, es el abismo. Por eso lo rechazamos,
pues, con decisión, y nuestros esfuerzos tendrán en adelante como único
objetivo la Belleza, es decir la sencillez, la grandeza, un nuevo rigor, una
segunda ingenuidad, y la forma. Pero la forma y la ingenuidad, Fedro, conducen
a la embriaguez y al deseo, pueden inducir a un hombre noble a cometer las
peores atrocidades en el ámbito sentimental –atrocidades que su propia
seriedad, siempre hermosa, condena por infames-; llevan, también ellas, al
abismo. A nosotros los poetas, digo, nos arrastran hacia él, dado que no
podemos enaltecernos, sino solamente entregarnos al vicio. Y ahora, Fedro, he
de marcharme. Tú quédate aquí, y solo cuando ya no me veas, márchate también.”
Thomas Mann
La muerte en Venecia
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