«-No se me pasa por alto
–peroré, pues- que ha sonado la hora fatídica de mirar hacia atrás con la
serena lucidez del que sabe que va a caer el telón y que, a poco que remolonee,
no tendrá que hacer balance. No diré que dejo este mundo sin pena; entre los
muchos sentimientos contradictorios e inoportunos que en mi ánimo luchan con
resultados generalmente nefastos no están el estoicismo preclaro ni la elegante
resignación. Es triste constatar, al levar anclas, que jamás he poseído las
virtudes más excelsas de la hombría: soy egoísta, timorato, mudable y
embustero. De mis errores y pecados no he salido ni sabio ni cínico, ni
arrepentido ni escarmentado. Dejo mil cosas por hacer y otras mil por conocer,
de entre las que citaré, a título de ejemplo, las siguientes: ¿por qué ponen
huevos las gallinas?, ¿por qué el pelo de la cabeza y el de la barba, estando
tan juntos, son tas distintos?, ¿por qué nunca he conocido a una mujer
tartamuda?, ¿por qué los submarinos no tienen ventanas para ver el fondo del
mar?, ¿por qué los programas de televisión no son un poco mejores? Ídem creo
que la vida podría ser más agradable de lo que es, pero es probable que esté
equivocado, o que no sea tan mala, sino sólo una pizca banal. Tonto, indolente
y desinformado he llegado a ser lo que soy; tal vez si hubiera sido más cerril
habría llegado más lejos. Nadie elige su carácter y sólo Dios sabe quién y cómo
juzga nuestros méritos. Si tuviera estudios lo entendería todo. Como soy un
asno, todo es un enigma. No sé si me pierdo gran cosa.»
Eduardo Mendoza
El laberinto de las aceitunas
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