«Regresé cambiada… Durante mucho tiempo mi
percepción de la muerte fue anormal. Bueno, extraña…
En Minsk empezó a transitar el primer tranvía, un
día yo iba en ese tranvía. De pronto se paró, toda la gente a mi alrededor
gritaba, las mujeres lloraban: “¡Se ha matado un hombre! ¡Se ha matado un
hombre!”. Todo el mundo bajó y yo me quedé sola en el interior del vagón,
sentada allí, no comprendía por qué lloraban todos. Yo no lo vivía como algo
tan terrible. En el frente había visto tantos muertos… Ya no reaccionaba. Me
acostumbré a vivir entre ellos, siempre tenías muertos a tu lado… Junto a ellos
fumábamos, comíamos. Hablábamos. A diferencia de la vida normal, en la guerra
ellos no estaban en algún lugar debajo de la tierra, sino que siempre estaban
donde estabas tú. Contigo.
Después ese sentimiento volvió, otra vez
experimenté miedo delante de un muerto. Dentro de un ataúd. Pasados unos años,
esa sensación regresó. Volví a ser normal. Como los demás…
Bella Isaákovna Epstein,
francotiradora»
Svetlana Alexiévich
La guerra no tiene rostro de mujer
La guerra no tiene rostro de mujer
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