«Cuando Lafargue, el yerno de Karl Marx, vino a España a pactar con Pi
y Margall la formación del partido socialista obrero, Pi le contestó que la
mayoría de los españoles que habían seguido la marcha de la Internacional
estaban del lado de Bakunin. Y era verdad. Vino la Restauración y se trató de
arrancar violentamente esta semilla revolucionaria. Ya con la Mano Negra, que
no era más que un comienzo de asociación obrera, el Gobierno cometió un sinfín
de atropellos y quiso ver en ella una cuestión de bandolerismo… Pasados
bastantes años, vienen los sucesos de Jerez, se demuestra que Busiqui y el
Lebrijano, que eran dos bárbaros que no se habían distinguido como anarquistas,
ni como nada, habían asesinado a dos personas en una noche de alboroto, y se
les agarrota; pero, al mismo tiempo que a ellos, se agarrota a Lamela y a
Zarzuela, que eran anarquistas, pero que no tenían participación alguna en los
asesinatos. Se les mató porque eran propaganditas de la idea. El uno era
corresponsal de El Productor, y el
otro, de La Anarquía; los dos
incapaces de matar a nadie, los dos inteligentes; por eso, más peligrosos para
el Gobierno, cuyo fin era exterminar a los anarquistas. Pasan años y Pallás
comete, para vengar a los de Jerez, el atentado de la Gran Vía. Fusilan a Pallás,
y Salvador echa la bomba desde el quinto piso del Liceo. Se prende a una
porción de anarquistas, y cuando iban a condenar a Archs, Codina, Cerezuela,
Sabat y Sogas, como culpables, encuentran a Salvador, el autor del atentado.
Entonces, viendo que esos cinco anarquistas se les escapaban de entre las
manos, ¿qué hace el Gobierno? Manda abrir nuevamente el proceso de Pallás, y,
como cómplices, fusila a los cinco. Agarrotan a Salvador, y luego viene una
cosa estupenda: la bomba de la calle de Cambios Nuevos, que cae desde una
ventana, al final de una procesión. No la echan cuando pasan los curas ni el
obispo, ni cuando pasa la tropa, ni cuando pasa la burguesía: la echan entre la
gente del pueblo. ¿Quién la arrojó? No se sabe; pero seguramente no fueron los
anarquistas; si alguien tenía interés entonces en extremar la violencia, era el
Gobierno, eran los reaccionarios, y yo pondría las manos en el fuego apostando
a que el que cometió aquel crimen tenía relación con la policía. Se consideró
el atentado como un ataque a la fuerza armada; se proclamó el estado de sitio
en Barcelona y se hizo un copo de todos los elementos radicales, que fueron a
parar a Montjuich. Se fusiló a Molas, Alsina, Ascheri, Nogués y Más. De éstos,
todos, menos Ascheri, eran inocentes. Después viene Miguel Angiolillo —concluyó
diciendo el Libertario—, que había leído en los periódicos franceses lo que
estaba pasando en Montjuich; oye a Enrique Rochefort y al doctor Betances, que
achacaban la culpa de todo lo ocurrido a Cánovas, de quien decían horrores;
llega a Madrid, aquí habla con algunos compañeros, le confirman lo dicho por
los periódicos franceses; va a Santa Águeda, y mata a
Cánovas…. Esta ha sido la obra del Gobierno y la réplica de los anarquistas.»
Pío Baroja
Aurora roja (La
lucha por la vida)
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