«Sentía el deseo en lo más profundo de sí: un violento dolor y una
aguda aprensión. El deseo que se parece al dolor y la angustia que experimenta un
hombre durante un ataque cardíaco. Lo que Bird sentía ahora no era ese deseo
exangüe, apenas un lunar sobre la cara laxa de la vida cotidiana, el punto
opuesto al sueño africano que centelleaba en los cielos de su mente, que
satisfacía una o dos veces por semana cuando penetraba a su mujer; no ese deseo
doméstico que se hundía en el fango de la fatiga con un gruñido libidinoso y
desganado. Este deseo no se podía mitigar aunque el coito se repitiera mil
veces; era un deseo que sólo se podía satisfacer una vez: el que Bird pudo
haber satisfecho una noche invernal en un depósito de madera, si hubiese tenido
la certeza de que estaba violando a una virgen.»
Kenzaburo Oé
Una cuestión
personal
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