«Iván Ivánovich, traducido
Juan, hijo de Juan. Es un don nadie ruso. Es como llamar a alguien en Polonia
Jan Kowalski, en Chequia Pepik Vondráček o en Inglaterra John Smith. Incluso al
maniquí que voló al espacio antes de Gagarin en la nave Vostok lo llamaron Iván
Ivanovich.
En los campos estalinianos era
un insulto. Así es como llamaban a todos los catedráticos, escritores,
artistas, ingenieros, activistas del Partido, profesores: la intelligentsia. En aquella época
corrieron la peor de las suertes.
Las sucesivas oleadas de purgas
arrasaron con al menos la mitad de la intelligentsia
rusa. Los fusilaron o los metieron en los campos. De esta manera se llevó a
cabo “la monstruosa selección del periodo estalinista”, escribe en sus memorias
la antigua zek Vera Schulz, “que creó
un nuevo género humano: sumiso, entumecido, desprovisto de iniciativa,
callado”. Nació el hombre soviético, el homo
sovieticus, un individuo sin la más mínima pizca de rebeldía pero con un
gran talento para el latrocinio. No en vano hasta hoy se dice que el ladrón no
roba sino que coge lo que está en el sitio equivocado. El nuevo soviético es un
ser sin voluntad, temeroso, indolente, afectado por el síndrome del silencio y
del popútchik. Un ser que no aúlla
cuando le duele el alma, sino que susurra su dolor a algún desconocido
compañero de viaje. O lo anestesia con vodka.»
Jacek Hugo-Bader
Diarios de Kolimá
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