14 de octubre de 2021

Diarios de Kolimá

«Iván Ivánovich, traducido Juan, hijo de Juan. Es un don nadie ruso. Es como llamar a alguien en Polonia Jan Kowalski, en Chequia Pepik Vondráček o en Inglaterra John Smith. Incluso al maniquí que voló al espacio antes de Gagarin en la nave Vostok lo llamaron Iván Ivanovich.
 
En los campos estalinianos era un insulto. Así es como llamaban a todos los catedráticos, escritores, artistas, ingenieros, activistas del Partido, profesores: la intelligentsia. En aquella época corrieron la peor de las suertes.
 
Las sucesivas oleadas de purgas arrasaron con al menos la mitad de la intelligentsia rusa. Los fusilaron o los metieron en los campos. De esta manera se llevó a cabo “la monstruosa selección del periodo estalinista”, escribe en sus memorias la antigua zek Vera Schulz, “que creó un nuevo género humano: sumiso, entumecido, desprovisto de iniciativa, callado”. Nació el hombre soviético, el homo sovieticus, un individuo sin la más mínima pizca de rebeldía pero con un gran talento para el latrocinio. No en vano hasta hoy se dice que el ladrón no roba sino que coge lo que está en el sitio equivocado. El nuevo soviético es un ser sin voluntad, temeroso, indolente, afectado por el síndrome del silencio y del popútchik. Un ser que no aúlla cuando le duele el alma, sino que susurra su dolor a algún desconocido compañero de viaje. O lo anestesia con vodka.»
 
Jacek Hugo-Bader
Diarios de Kolimá

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