«Pero Gálvez iba, últimamente, todas las noches. Se tuteaba con el hombre flaco y menudo que había ocupado detrás del mostrador el puesto del viejo y que atendía las mesas casi sin hablar, con una gran precisión de movimientos, mascando siempre una hoja de planta, arrastrando impasible a través del humo, los ruidos y los olores, una mirada clara y ausente, de odio adormecido.
Gálvez discutía, conservador y moderadamente cónico, acerca del
porvenir inmediato del mundo, con el cabo de policía, que proclamaba haber
conocido lugares mujeres y se mostraba mucho más audaz en cuanto a sistemas
para reprimir la decadencia y la creciente confusión de valores. Acariciaba
metódico a cualquier mujer sin dueño o con dueño amigo y se iba en cuanto
concluía la música, casi siempre borracho. A veces, las raras madrugadas en que
el cabo no se inventaba un servicio extraordinario y confidencial, volvían
juntos hacia el astillero, gastando hasta la trama los temas favoritos,
repitiendo frases viejas con renovada energía, mal montado el cabo en el
caballo al paso, prendido Gálvez al cuero de un estribo para ayudarse.»
Juan Carlos Onetti
El astillero
No hay comentarios:
Publicar un comentario