Lo curioso es que me acuerdo de haber fanfarroneado de que en la vida había tenido una sobredosis justo antes de que pasara. Hay una primera vez para todo.
[...]
Aquí estoy en el limbo del yonqui; demasiado chungo para dormir, demasiado cansado para quedarme despierto. Una zona de crepúsculo de los sentidos donde nada es real salvo una miseria y un dolor aplastantes y omnipresentes en tu mente y en tu cuerpo. Noto sobresaltado que mi madre está sentada sobre mi cama, mirándome silenciosamente.
En cuanto lo noto, la incomodidad que siento es tan aplastante como si estuviera sentada sobre mi pecho.
Pone su mano sobre mi ceño sudoroso. Su tacto me resulta horrible, aterrador, violador.
“Estás ardiendo, chico”, dice suavemente, sacudiendo la cabeza, con la preocupación esbozada en el rostro.
Saco una mano de debajo de la manta para echar la suya a un lado. Malinterpretando mi gesto, la coge entre las suyas y aprieta con fuerza, demoledoramente. Quiero gritar.
“Yo te ayudaré, hijo. Te ayudaré a luchar contra esta enfermedad. Te quedarás aquí conmigo y con tu padre hasta que estés mejor. ¡Vamos a vencerla, hijo, vamos a vencerla!”
Tiene una mirada vidriosa e intensa en los ojos y un celo de cruzado en la voz.
Lo que tú digas, mami, lo que tú digas.
“Saldrás adelante, hijo. El doctor Mathews dice que en realidad la abstinencia esta es como una gripe mala”, me cuenta.
¿Cuándo fue la última vez que el viejo Mathews estuvo con el mono? Me gustaría encerrar a ese viejo y peligroso mamón en una celda acolchada durante un par de semanas, y darle un par de inyecciones de diamorfina al día, y después abandonar al cabrón unos días. Me la pediría suplicando después de eso. Yo me limitaría a sacudir la cabeza y decir: Tranquilo, colega. ¿Cuál es el jodido problema? Es como una gripe mala.»
Irvine Welsh
Trainspotting
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