«Se peinara como se peinase, su frente seguía pareciendo un huevo, calva y blanca. Ningún vestido le sentaba bien. Daba lo mismo lo que comprara. Y para una mujer, por supuesto, eso significaba no tratar nunca con personas del otro sexo. Nunca sería la preferida de nadie. Últimamente le parecía a veces que, exceptuada Elizabeth, no vivía más que para alimentarse.»
[...]
«Elizabeth se preguntó si tal vez la señorita Kilman pasaba hambre. Era su manera de comer, de comer con ansiedad y de mirar luego, una y otra vez, a la bandeja con pastas recubiertas de azúcar de la mesa vecina; después, cuando se sentaron una señora y un niño, y el niño cogió un pastel, ¿era posible que a la señorita Kilman le molestara? Sí, a la señorita Kilman le molestó. Era el pastel que ella quería: el de color rosa. Comer era prácticamente el único placer en estado puro que le quedaba y ¡verse privada también de aquello!»
Virginia Woolf
La señora Dalloway
4 de noviembre de 2010
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