7 de septiembre de 2010
El camino
“-¡Mirad! –chilló el Mochuelo-. Seguramente será la cigüeña que espera la maestra de La Cullera. Va en esa dirección.
Cortó el Tiñoso:
-No es una cigüeña; es una grulla.
El Moñigo se sentó en la hierba frunciendo los labios en un gesto hosco y engurruñado. Daniel, el Mochuelo, contempló con envidia cómo se inflaba y desinflaba su enorme tórax.
-¿Qué demonio de cigüeña espera la maestra? ¿Así andáis todavía? –dijo el Moñigo.
El Mochuelo y el Tiñoso se incorporaron también, sentándose en la hierba. Ambos miraban anhelantes al Moñigo; intuían que algo iba a decir de “eso”. El Tiñoso le dio pie.
-¿Quién trae los niños, entonces? –dijo. Roque, el Moñigo, se mantenía serio, consciente de su superioridad en aquel instante.
-El parir –dijo, seco, rotundo.
-¿El parir? –inquirieron, a dúo, el Mochuelo y el Tiñoso.
El otro remachó:
-Sí, el parir. ¿Visteis alguna vez parir a una coneja? –dijo.
-Sí.
-Pues es igual.
En la cara del Mochuelo se dibujó un cómico gesto de estupor.
-¿Quieres decir que todos somos conejos? –aventuró.
Al Moñigo le enojaba la torpeza de sus interlocutores.
-No es eso –dijo-. En vez de una coneja es una mujer; la madre de cada uno.
Brilló en las pupilas del Tiñoso un extraño resplandor de inteligencia.
-La cigüeña no trae los niños entonces, ¿verdad? Ya me parecía raro a mí –explicó- Yo me decía, ¿por qué mi padre va a tener diez visitas de la cigüeña y la Chata, la vecina, ninguna y está deseando tener un hijo y mi padre no quería tantos?
El Moñigo bajó la voz. En torno había un silencio que sólo quebraban el cristalino chapaleo de los rápidos del río y el suave roce del viento contra el follaje. El Mochuelo y el Tiñoso tenían la boca abierta. Dijo el Moñigo:
-Les duele la mar, ¿sabéis?
Estalló el reticente escepticismo del Mochuelo:
-¿Por qué sabes tú esas cosas?
-Eso lo sabe todo cristiano menos vosotros dos, que vivís embobados –dijo el Moñigo-. Mi madre se murió de lo mucho que le dolía cuando nací yo. No se puso enferma ni nada; se murió de dolor. Hay veces que, por lo visto, el dolor no se puede resistir y se muere uno. Aunque no estés enfermo, ni nada; sólo es el dolor. –Emborrachado por la ávida atención del auditorio, añadió-: Otras mujeres se parten por la mitad. Se lo he oído decir a la Sara.”
Miguel Delibes
El camino
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