22 de abril de 2018

Mansfield Park

«Henry Crawford había destruido su felicidad, pero nunca debía enterarse de que lo había hecho, pues no debía destruir también su buena reputación, su apariencia pública y su prosperidad. Henry Crawford no debía pensar que ella lloraba en su retiro de Mansfield por él, y que rechazaba Sotherton y Londres, la independencia y el esplendor, por él. Necesitaba más independencia que nunca, y jamás había sentido la falta de ésta que sufría en Mansfield con mayor intensidad. Cada vez era menos capaz de soportar las restricciones que le imponía su padre. La libertad que la ausencia de éste le había proporcionado se había convertido en algo absolutamente indispensable para ella. Tenía que huir de su padre y de Mansfield lo antes posible, y hallar consuelo en la fortuna y la importancia social, en el bullicio mundano, para aliviar su espíritu herido. Estaba plenamente decidida y no pensaba cambiar de intención.

Sintiéndose así, cualquier demora, incluso la provocada por la gran cantidad de preparativos necesarios para el enlace, podría haber sido perniciosa, pero afortunadamente el señor Rushworth estaba casi tan impaciente como ella por que se celebrase. Mentalmente, Maria se sentía preparada por completo; estaba preparada para el matrimonio porque odiaba su hogar, las restricciones y tanta tranquilidad; porque sufría tras haberse llevado una decepción amorosa y porque despreciaba al hombre con el que se iba a casar. Lo demás podía esperar. La elección de nuevos carruajes y nuevo mobiliario podía aguardar hasta la primavera, cuando estuviese instalada en Londres y pudiera imponer su propio gusto.»

Jane Austen
Mansfield Park

20 de abril de 2018

Jacobo o la sumisión


«Jacobo, abuelo (cantando): Un… bo… rra… cho… en… can… ta… dor… can… ta… ba… y mur… mu… ra… ba.

Jacobo, abuela (al viejo): ¡Cállate! ¡Cállate o te la rompo!

Le da un puñetazo al viejo en la cabeza y le hunde la gorra.

Jacobo, padre: Irrevocablemente, abandono esta habitación a todo trance, pase lo que pase. Además, nada hay que hacer. Voy a mi habitación de al lado, lío el petate y no me volveréis a ver sino a las horas de comer, algunas veces durante el día y por la noche para descansar. (A Jacobo) ¡Y tú me devolverás tu cesto! ¡Y decir que todo esto es para regocijar a Júpiter!»

Eugène Ionesco
Jacobo o la sumisión

17 de abril de 2018

Cartero


«Aunque G.G. conocía su caja de arriba abajo, sus manos se iban haciendo cada vez más lentas. Simplemente había manejado demasiadas cartas en su vida, y su cuerpo, con sus sentidos adormecidos, se estaba finalmente rebelando. Varias veces durante la mañana le vi vacilar. Se paraba y se tambaleaba, entraba como en un trance, luego se recuperaba y ordenaba algunas cartas más. A mí no es que me cayese particularmente bien. Su vida no había sido muy valiente y se había ido convirtiendo en algo así como una masa de mierda. Pero cada vez que vacilaba, algo me estremecía. Era como un fiel y pundonoroso caballo que no pudiese seguir por más tiempo. O un automóvil que se rindiese finalmente, una mañana.»

Charles Bukowski
Cartero

10 de abril de 2018

Otelo



«YAGO
Señor, la honra en el hombre o la mujer
es la joya más preciada de su alma.
Quien me roba la bolsa, me roba metal;
es algo y no es nada; fue mío y es suyo,
y ha sido esclavo de miles.
Mas, quien me quita la honra, me roba
lo que no le hace rico y a mí me empobrece.

OTELO
¡Vive Dios, dime lo que piensas!

YAGO
No podría, ni con mi alma en vuestra mano,
ni querré, mientras yo la gobierne.

OTELO
¿Qué?

YAGO
Señor, cuidado con los celos.
Son un monstruo de ojos verdes que se burla
del pan que le alimenta. Feliz el cornudo
que, sabiéndose engañado, no quiere a su ofensora;
mas, ¡qué horas de angustia le aguardan
al que duda y adora, idolatra y recela!

OTELO
¡Qué tortura!

YAGO
El pobre contento es rico y bien rico;
quien nada en riquezas y tema perderlas
es más pobre que el invierno.
¡Dios bendito, a todos los míos
guarda de los celos!

OTELO
¿Por qué, por qué dices eso?
¿Tú crees que viviría una vida de celos,
cediendo cada vez a la sospecha
con las fases de la luna? No. Estar en la duda
es tomar la decisión. Que me vuelva
macho cabrío si mi espíritu se entrega
a conjeturas tan extrañas y abultadas
como tus alegaciones. Para darme celos
no basta con decir que mi esposa es bella,
sociable, sabe comer y conversar, canta,
tañe y baila: estas prendas le añaden virtud.
Y mi propia indignidad no me causa
la menor duda o recelo de su fidelidad,
pues tenía ojos y me eligió. No, Yago;
quiero ver antes de dudar. Si dudo, pruebas;
y con pruebas no hay más que una solución:
¡Adiós al amor o a los celos!»

William Shakespeare
Otelo

9 de abril de 2018

Mientras escribo



«Annie Wilkes, la enfermera que tiene prisionero a Paul Sheldon en Misery, parecerá una sicópata, pero hay que tener en cuenta que ella se ve como una persona cuerda y sensata; de hecho se considera una heroína, una mujer con muchos problemas que intenta sobrevivir en un mundo hostil. La vemos experimentar cambios de humor peligrosos, pero hice lo posible por evitar pronunciarme con frases como “Annie amaneció deprimida, y quizá hasta con pulsiones suicidas”, o “Parecía que Annie tuviera mejor día de lo habitual”. Si tengo que decirlo, salgo perdiendo. Gano, en cambio, si puedo enseñar a una mujer callada y con el pelo sucio, devoradora compulsiva de galletas y caramelos, y lograr que el lector deduzca que Annie se halla en la fase de depresión de un ciclo maníaco-depresivo. Y si puedo comunicar la perspectiva del mundo de Annie, aunque sea brevemente (si puedo hacer entender su locura), quizá consiga que el lector simpatice con ella, e incluso que se identifique. ¿Resultado? Que da más miedo que nunca, porque se aproxima más a la realidad. Por otro lado, si la convierto en una arpía siniestra, sólo será otra bruja de cartón. En ese caso pierdo mucho, y pierde conmigo el lector. ¿Quién tendrá ganas de visitar a una mala-mala tan rancia? Una versión así de Annie Wilkes ya era vieja cuando estrenaron El mago de Oz.»

Stephen King
Mientras escribo

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