8 de septiembre de 2015

Hotel Savoy


«Me alegra cambiar de vida una vez más, como tantas veces he hecho durante estos últimos años. Veo al soldado, al asesino, al que estuvo a punto de ser asesinado, al resucitado, al encadenado, al emigrante.

Recuerdo una neblina matinal, oigo el redoble del tambor de una compañía que se pone en marcha, ventanas que se abren con estrépito en el piso más alto; diviso a un hombre en mangas de camisa de color blanco, las extremidades de los soldados que se mueven con brusquedad, un claro del bosque brillante de rocío; me lanzo sobre la hierba ante el avance del “enemigo supuesto” y tengo el íntimo deseo de quedarme tendido en ella, eternamente, en la hierba aterciopelada que acaricia la nariz.

Escucho el silencio, el blanco silencio de la sala del hospital. Una mañana de verano, me levanto, oigo los trinos de las alondras, llenas de salud, saboreo el cacao matinal con panecillos de Viena y el olor a yodoformo en la “primera comida”.

Vivo en un mundo blanco de cielo y nieve; los barracones cubren la tierra como una lepra amarilla. Saborea la última chupada, tan agradable, de una colilla encontrada en el suelo, leo la página de anuncios de un antiquísimo periódico de mi país, que le permite a uno recordar nombres de calles familiares, reconocer al estanquero, a un conserje, a una Agnes rubia con quien uno se acostó.

Oigo la lluvia refrescante durante la noche en vela, los carámbanos que se funden de prisa al calor del sonriente sol matinal; palpo los pechos robustos de una mujer que me encuentro por el camino, con la que me he acostado sobre el musgo, y me agarro a la blanca magnificencia de sus muslos. Duermo con un sueño pesado en el granero, en el pajar. Recorro los surcos de los campos arados y me detengo a escuchar el débil sonido de una balalaica.

Son tantas las cosas de las que uno puede empaparse sin que por ello cambie en absoluto su cuerpo, su manera de andar y de comportarse. Beber con avidez de millones de recipientes, no saciar nunca la sed, pasar de un color a otro como un arco iris, sin dejar de ser nunca un arco iris con la misma gama cromática.

Podía entrar en el Hotel Savoy con una camisa y salir de él dueño de viente maletas…, y seguir siendo Gabriel Dan.»

Joseph Roth
Hotel Savoy

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