22 de julio de 2014

Pedro Páramo





«El calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el aire que se necesita para respirar. Entonces me levanté. La mujer dormía. De su boca borbotaba un ruido de burbujas muy parecido al del estertor.

Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí.

Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto.

No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.

Digo para siempre.

Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. Fue lo último que vi.»

Juan Rulfo
Pedro Páramo

Fotografía de Luis Asín. 

21 de julio de 2014

Adonais



VI

Pero ahora tu más joven, tu más querido, ha muerto,
aquel que en tu viudez amamantaste
y creció cual flor pálida
por una triste virgen protegido,
con lágrimas de amor sincero
en lugar de rocío, alimentado.
Tú, la más musical de las llorosas,
llora otra vez. Tu última esperanza,
la más querida y última,
esa flor cuyos pétalos se helaron
antes de florecer en promesa de fruto,
ya está marchita. Yace el lirio roto
y la tormenta pasa.


P. B. Shelley
Adonais

16 de julio de 2014

El festín de Babette



«Había en la congregación dos viejas que antes de su conversión se habían estado calumniando mutuamente, se habían arruinado el matrimonio la una a la otra, y también una herencia. No eran capaces de recordar sucesos de ayer o de hacía una semana; sin embargo, recordaban las ofensas de hacía cuarenta años y seguían repasándose antiguas cuentas; se regañaban la una a la otra. Había un hermano viejo que de repente se acordó de cómo otro hermano, hacía cuarenta y cinco años, le habían engañado en un negocio; quizá quería apartar el asunto aquel del pensamiento, pero se le adhería como una astilla infectada y metida muy dentro. Había un honrado capitán de cabello gris y una viuda piadosa y arrugada que en sus tiempos jóvenes, mientras ella era esposa de otro hombre, habían estado enamorados. Hacía poco, cada uno había empezado a lamentarse —al tiempo que pasaba la carga de la culpa de sus propios hombros a los del otro y viceversa— y a atormentarse por las terribles consecuencias que probablemente le acarrearía para toda la eternidad precisamente quien había pretendido quererle mucho. Palidecían en las reuniones de la casa amarilla, y cada uno evitaba la mirada del otro.»

Isak Dinesen
El festín de Babette

11 de julio de 2014

La perla



«Los cuatro mendigos de delante de la iglesia lo sabían todo del pueblo. Eran estudiosos de las expresiones de las jóvenes que iban a confesarse, y las veían al salir y leían la naturaleza del pecado. Conocían todos los pequeños escándalos y algunos grandes crímenes. Dormían en sus puestos, a la sombra de la iglesia, de modo que nadie podía entrar allí en busca de consuelo sin que ellos se enteraran. Y conocían al médico. Conocían su ignorancia, su crueldad, su avaricia, sus apetitos, sus pecados. Conocían sus chapuceros abortos y la poca calderilla que de tanto en tanto daba de limosna. Habían visto entrar en la iglesia todos sus cadáveres.»

John Steinbeck
La perla

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