21 de agosto de 2012

Hambre

«Abrí los ojos. ¡Para qué tenerlos cerrados si no podía dormir! Las mismas tinieblas reinaban en torno a mí, la misma insondable y negra eternidad contra la cual se revolvía mi imaginación, sin poder concebirla. ¿A qué podía compararla? Hice los esfuerzos más desesperados por encontrar una palabra que fuese bastante negra, que pudiera ennegrecerme la boca cuando la pronunciara. ¡Dios mío! ¡Qué negrura! Me distraje pensando en el puerto, en los buques, en los monstruos negros que me esperaban. Iban a aspirarme, a engullirme, a retenerme cautivo y a navegar, llevándome a través de mares y de tierras, a través de reinos sombríos que ningún hombre había visto.»

Knut Hamsun
Hambre

Ilustración de Tang Yau Hoong. 

16 de agosto de 2012

OSHIDORI


Había un cazador y halconero llamado Sonjō, que vivía en el distrito de Tamura-no-Gō, provincia de Mutsu. Un día salió de caza y no descubrió presa alguna. Pero en el camino de regreso, en un sitio llamado Akanuma, Sonjō vio un par de oshidori (patos de los mandarines) que nadaban juntos en un río que él estaba a punto de cruzar. No está bien matar oshidori, pero Sonjō, acosado por el hambre, decidió dispararles. Su dardo atravesó al macho; la hembra se deslizó entre los juncos de la orilla opuesta y desapareció. Sonjō se apoderó del ave muerta, la llevó a casa y la cocinó.

Esa noche tuvo un sueño perturbador. Creyó ver una hermosa mujer que entraba en su cuarto, se erguía junto a su almohada y se echaba a llorar. El llanto era tan amargo que, al escucharlo, el corazón de Sonjō parecía desgarrarse. Y díjole la mujer: “¿Por qué? ¿Por qué lo mataste? ¿Qué mal te había hecho...? ¡Éramos tan felices en Akanuma... y tú lo mataste! ¿Qué daño te causó? ¿Te das cuenta siquiera de lo que has hecho? ¡Oh! ¿Te das cuenta del acto perverso y cruel que has perpetrado...? También me diste muerte a mí, pues no podré vivir sin mi esposo... Sólo vine para decirte esto”.

Y una vez más se echó a llorar en voz alta, con tal amargura que el sonido de su llanto penetró en los mismos tuétanos del cazador; y luego sollozó las palabras de este poema:

Hi kururéba
Sasoëshi mono wo...
Akanuma no
Makomo no kuré no
Hitori-né zo uki!

[¡Al llegar al crepúsculo lo invité a regresar junto a mí! Ahora, dormir sola a la sombra de los juncos de Akanuma... ¡ah!, ¡qué inefable desdicha!]

Y luego de proferir estos versos exclamó: “Ah, no te das cuenta... ¡no puedes darte cuenta de lo que has hecho! Pero mañana, cuando vayas a Akanuma, ya verás... ya verás...” Y con estas palabras, estremecida por el llanto, se alejó.

Al despertar por la mañana, Sonjō recordaba el sueño con tal vividez que sintió una profunda consternación. Evocó estas palabras: “Pero mañana, cuando vayas a Akanuma, ya verás... ya verás...” Y resolvió ir allí en el acto, para averiguar si su sueño era algo más que un sueño.

Dirijiose, pues, a Akanuma; al llegar junto a la margen del río, vio a la oshidori hembra, que nadaba a solas. En el mismo instante, el ave advirtió la presencia de Sonjō; pero, en lugar de darse a la fuga, nadó derecho hacia él, clavándole una mirada extraña y tenaz. Entonces, con el pico, súbitamente se desgarró el cuerpo y murió ante los ojos del cazador.

Sonjō se rasuró el cráneo y se hizo sacerdote.


Lafcadio Hearn
Kwaidan

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