31 de diciembre de 2011

El club de los poetas muertos

"(Profesor Keating) - Esa foto del tío Walt, ¿a quién le recuerda? No piense, conteste, ¡vamos!
(Todd Anderson) - A... a... a un loco.
PK - ¿Qué clase de loco? No lo piense, sólo contésteme.
TD - A un loco chiflado.
PK - Aún puede llegar más lejos, libere su mente, use la imaginación. Diga lo primero que le pase por la mente, aunque sea un galimatías.
TD - Un... un loco de dientes sudorosos.
PK - ¡Caramba, muchacho! Lleva un poeta dentro después de todo. Bien, cierre los ojos, cierre los ojos, ¡ciérrelos! Bien, descríbame lo que ve.
TD - Cierro los ojos... y su imagen flota junto a mí.
PK - ¡Un loco de dientes sudorosos!
TD - Un loco de dientes sudorosos, con una mirada que martillea mi cerebro.
PK - ¡Oh! ¡Esto es excelente! Pero dele acción, hágale hacer algo.
TD - Sus manos se extienden y me alcanzan.
PK - Eso es, maravilloso, ¡maravilloso!
TD - Y refunfuña todo el tiempo.
PK - ¿Qué es lo que dice?
TD - Dice la verdad. La verdad es como una manta que siempre te deja los pies fríos.
(carcajadas)
PK - No, no les haga ningún caso, siga con la manta, hábleme de esa manta.
TD - La estiras, la extiende, y nunca es suficiente. La sacudes, le das patadas, pero no llega a cubrirnos. Y desde que llegamos, llorando, hasta que nos vamos muriendo, sólo nos cubre la cara, mientras gemimos, lloramos y gritamos."

Diálogo de El club de los poetas muertos. Dirigida por Peter Weir con guión de Tom Schulman.

28 de diciembre de 2011

El Tercer Reich


“-Los amigos están para sostener a sus amigos cuanto éstos los necesitan –dijo Charly-. Al menos eso me parece a mí. ¿Sabías que el Lobo es un amigo de verdad, Udo? Para él la amistad es sagrada. Por ejemplo, ahora debería irse a trabajar, pero yo que no lo hará hasta dejarme instalado en el hotel o en cualquier otro lugar seguro. Puede perder su trabajo, pero no le importa. ¿Y por qué ocurre eso? Eso ocurre porque su sentimiento de la amistad es como debe ser: sagrado. ¡Con la amistad no se bromea!

Los ojos de Charly brillaban desmesuradamente; pensé que iba a llorar. Miró su croissant con una mueca de asco y lo apartó con la mano. El Lobo le indicó que si no lo quería se lo comería él. Sí, sí, dijo Charly.

-Fui a buscarlo a su casa a las cuatro de la mañana. ¿Crees que hubiera sido capaz de hacer eso con un desconocido? Todo el mundo es desconocido, por supuesto, todos en el fondo son asquerosos; sin embargo la madre del Lobo, que fue quien me abrió la puerta, creyó que había tenido un accidente y lo primero que hizo fue ofrecerme un coñac, que yo por supuesto acepté aunque estaba más borracho que una cuba. Qué estupenda persona. Cuando el Lobo se levantó me halló sentado en uno de sus sillones y tomándome un coñac. ¡Qué otra cosa podía hacer!
-No enciendo nada –dije-. Me parece que aún estás borracho.
-No, lo juro… Es sencillo: fui a buscar al Lobo a las cuatro de la mañana; fui recibido por su madre como un príncipe; luego el Lobo y yo intentamos hablar; luego salimos a dar vueltas en el coche; estuvimos en un par de bares; compramos dos botellas; luego nos fuimos a la playa, a beber con el Quemado…
-¿Con el Quemado? ¿En la playa?
-El tipo a veces duerme en la playa para que no le roben sus asquerosos patines. Así que decidimos compartir con él nuestro alcohol. Mira, Udo, qué curioso: desde allí se veía tu balcón y podría asegurar que no apagaste la luz en toda la noche. ¿Me equivoco o no me equivoco? No, no me equivoco, era tu balcón y tus ventanas y tu maldita luz. ¿Qué estuviste haciendo? ¿Jugabas a la guerra o hacías marranadas con Ingeborg? ¡Eh, eh! No me mires así, es una broma, a mí que más me da. Era tu habitación, sí, me di cuenta enseguida, y también el Quemado se dio cuenta. En fin, una noche movida, parece que todos nos desvelamos un poco, ¿no?”


Roberto Bolaño
El Tercer Reich

25 de diciembre de 2011

Emily la mutilada



Emily fue al médico para su chequeo anual.

Se traspapelaron unos informes y acabaron amputándole una pierna…

Fin.


Angus Oblong
La siniestra Susie y otras historias para gente rara

21 de diciembre de 2011

Industrias y andanzas de Alfanhuí

«Alfanhuí bajó la vista a la fachada de enfrente y se topó con una ventana pintada.»

[...]

«Con los brazos apoyados en el dintel de esta ventana habían pintado una señora. Esta señora estaba esperando marido. Tenía las carnes laxas y unos cuarenta y cinco años. Acaso esperaba desde sus quince. Una señora rosa y malva que aún no había recogido en negros paños sus carnes y sus bellezas y esperaba aún, como una rosa deshojada, con sus coloretes desvaídos y su sonrisa artificial, amarga como una mueca. Los pechos se le habían ido resbalando por la pared, al caer de la lluvia, y figuraban ahora mustios y colgantes, como a una cuarta de su lugar. Por entre el hueco de dos altas casas miraba al Mediodía; hacía Pinto y sus campos abrasados, sobre la línea del ferrocarril de Toledo. Hacia los trigales amarillos y los blancos apeaderos, bajo el sol de alegría donde se casan muchachas de dieciocho años. Soñaba los palacios de Aranjuez, sus jardines y sus arboledas, y el Tajo como un austero señor, y la acequia real y los canales y el agua violenta y alegre, saltando, retumbando en las esclusas. Y los huertanos vigorosos haciendo girar con palancas el inmenso tornillo de las compuertas. Y las vegas fecundas y ordenadas.

Esperando, esperando, mientras la lluvia le borraba el rostro y la mantilla de punto y lana azul. Mientras el tiempo caía resbalando como una sombra clara, por su figura, alisándola, confundiéndola con la ventana, con la pared, con el viento. ¡Ah, el tiempo, el tiempo! Que la convertía en un fantasma vago, inmóvil en su pared, ajándola como una flor desesperanzada, mientras las verduleras chillaban en la calle a su cuadrilla de hijos y a duros manotazos, los volvían a razón.»

 
Rafael Sánchez Ferlosio
Industrias y andanzas de Alfanhuí

20 de diciembre de 2011

La voluntad


«Hay cada ocho, cada diez, cada veinte años –ha seguido pensando-, un nuevo tipo de escritor que representa las aspiraciones y los gustos comunes. No hay más que abrir una colección de periódicos para verlo claramente. La sintaxis, la adjetivación, la analogía, hasta la misma puntación, cambian en breve espacio de tiempo… Un cronista no puede ser “brillante” más allá de diez años…, y es mucho. Después queda anticuado, desorientado. Otros jóvenes vienen con otros adjetivos, con otras metáforas, con otras paradojas…, y el antiguo cronista muere definitivamente, para el presente y para la posterioridad… ¿Quién era Selgas? ¿Quiés era Castro y Serrano?... Yo veo que hay dos cosas en literatura: la novedad y la originalidad. La novedad está en la forma, en la facilidad, en el ardimiento, en la elegancia del estilo. La originalidad es cosa más honda: está en algo indefinible, en un secreto encanto de la idea, en una idealidad sugestiva y misteriosa… Los escritores nuevos son los más populares; los originales rara vez alcanzan la popularidad en vida…, pero pasan, pasan indefectiblemente a la posteridad. Y es que sólo puede ser popular lo artificioso, lo ingenioso, y los escritores originales son todos sencillos, claros, desaliñados casi…, porque sienten mucho. Cervantes, Teresa de Jesús, Bécquer…, son incorrectos, torpes, desmañados. En tiempo de Cervantes, los Argensola era los cronistas “brillantes”; en tiempo de Bécquer…, yo no sé quién sería, tal vez aquel majadero de Lorenzana…».

Azorín
La voluntad

16 de diciembre de 2011

Porque todo es igual y tú lo sabes


Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa y has cerrado la puerta
con aquel mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.
Has llegado a tu casa,
y, al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz, para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año,
y después,
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido solo,
humanamente solo,
definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes. 


Luis Rosales
La casa encendida

14 de diciembre de 2011

La torre vigía

“Me prometí que jamás volvería a participar en una vida que no era mi vida; que no me mezclaría y confundiría a una raza que subsiste y trepa a fuerza de golpes, artimañas, renuncias, desesperación, odio, amor y muerte. «No moriré, no envejeceré jamás… -me repetía, en un júbilo casi doloroso-. Nunca harán de mí un odre mordido, sacrificado a la incuria del espíritu, humillado por la estupidez, calcinado por el terror.»"

Ana María Matute
La torre vigía

13 de diciembre de 2011

American Psycho

«La rata se lanza contra las paredes de cristal de la jaula cuando la traigo desde la cocina al cuarto de estar. Se ha negado a comer lo que queda de la otra rata que había comprado para jugar con ella la semana pasada, que ahora yace muerta, pudriéndose en un rincón de la jaula. (Durante los últimos cinco días la he tenido sin comer a propósito.) Pongo la jaula de cristal junto a la chica y, puede que debido al olor del queso, la rata parece volverse loca: primero corre haciendo círculos, lloriqueando, luego trata de ponerse a dos patas, debilitada por el hambre. La rata no necesita que la aguijoneen y el atizador doblado que pensaba usar sigue sin tocar a mi lado y, con la chica todavía consciente, el animal se mueve sin esfuerzo con nuevas energías, lanzándose por el tubo, que he conectado a la jaula, hasta que la mitad de su cuerpo desaparece, y luego, al cabo de un minuto –su cuerpo se agita al comer- le desaparece todo el cuerpo, excepto el rabo, y tiro violentamente del tubo y lo quito del coño de la chica, impidiendo con él que salga el roedor. Pronto le desaparece hasta el rabo. Los ruidos que hace la chica en su mayor parte son incomprensibles.

Puedo decir que va a ser una muerte característicamente inútil, sin sentido, pero ya estoy acostumbrado al horror. Éste parece destilado, incluso ahora que no me molesta ni inquieta. No lamento nada, y para demostrármelo, al cabo de un minuto o dos de ver a la rata moverse en su bajo vientre, asegurándome de que la chica todavía está consciente, pues agita la cabeza de dolor, tiene los ojos desorbitados de terror y confusión, uso una sierra mecánica y en cuestión de segundos corto a la chica en dos.»

 
Bret Easton Ellis
American Psycho

8 de diciembre de 2011

La divina comedia


“A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por haberme apartado del camino recto. ¡Ah! ¡Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi temor; temor tan triste, que la muerte no lo es tanto!”.


Dante Alighieri
La divina comedia

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