28 de enero de 2011

El jugador

«Des Grieux era, como todos los franceses, jovial y amable por interés o por necesidad, e insoportablemente fastidioso cuando la necesidad de aparecer jovial había dejado de existir.

Raramente amable por naturaleza, el francés lo es siempre por encargo o por cálculo. Si, por ejemplo, ve la necesidad de mostrarse fantástico, original, sus fantasías más absurdas y más barrocas revisten formas convenidas de antemano y desde hace mucho tiempo intrascendentes. La naturaleza del francés es producto del “positivismo” más burgués, más meticuloso, más rutinario... En una palabra, son las criaturas más aburridas que puede imaginarse. Según mi opinión, los franceses no pueden interesar más que a las jovencitas y sobre todo a las muchachas rusas, que se desviven por ellos. Cualquier persona de mediano juicio descubre inmediatamente esa frívola mezcla de amabilidad de salón, de desenvoltura y jovialidad.»

Fiodor Dostoyevski
El jugador

26 de enero de 2011

Alta fidelidad


“Hace tiempo Dick, Barry y yo decidimos que lo que importa es lo que te gusta, no lo que te gustaría ser. Libros, discos, pelis, eso importa. Puede que sea cínico, pero es la puta verdad y según ese rasero, estaba teniendo la mejor cita de mi vida. Y luego, hablamos de nuestros ex. Ella es seca y muy autocrítica, pero se lo toma todo con humor. Entiendo porque sus canciones son tan buenas. Yo no hablo de Laura con tantos detalles. Tengo la impresión de que estoy intimando. Expreso arrepentimiento, le digo a Marie cosas bonitas e insinúo un profundo océano de melancolía bajo la superficie. Son todo chorradas. Acabo de inventar el numerito del tío decente y sensible, porque estoy anímicamente predispuesto, y todo ese rollo del tipo encantador me ha dado resultado porque volvemos a su casa y... simplemente sucede.”


Rob Gordon, interpretado por John Cusack en Alta fidelidad de Stephen Frears. Guión de D.V. DeVicentis, Steve Pink, John Cusack y Scott Rosenberg.

23 de enero de 2011

Memorias de un amante sarnoso

“Personalmente, no veo por qué un hombre no puede tener perro y mujer. Además, si sólo se está en condiciones de costear a uno de los dos, aconsejo quedarse con el perro porque, por ejemplo, si un perro lo ve a uno jugando con otro perro, ¿acaso corre a su abogado y le ladra que su matrimonio ha fracasado y que quiere seiscientos huesos al mes en concepto de manutención, un buen coche y la casa de cuarenta mil dólares que aún tiene una hipoteca de diecinueve mil?”

[...]

“Pero volvamos al meollo de la historia. El mejor animal doméstico en cualquier época del año es una corista sencilla y sin pedigrí. Al igual que sucede con el gato de angora, la corista permanece fiel a cualquier hombre que la mantenga. Sin embargo y por desgracia, la semejanza termina ahí, ya que mientras uno puede llevar al sótano al gato de angora para darle un tazón de leche, la corista insiste en ir a cenar al Pavillon o al Club 21, donde una cena para dos personas cuesta unos sesenta y ocho dólares, sin contar la propina del camarero.

Está claro que una corista no es el animal de compañía de un hombre pobre; sin embargo, algún día me gustaría tener una”.


Groucho Marx
Memorias de un amante sarnoso

20 de enero de 2011

El Quin

“El ixuxú prehistórico del aldeano celta resonaba en las entrañas de las laderas y bajo las bóvedas de los bosques, mezclándose con el canto del grillo, la wagneriana exclamación estridente de la cigarra y el ladrido de los perros lejanos.

Jamás es la prosa del vicio grosero tan aborrecible como cuando tiene por escenario la poesía de la naturaleza.

En aquel valle, de silencio solemne, que hacían resaltar los lamentos de los animales en vela, aquellos gritos como perdidos en la inmensa soledad callada de la tierra y el aire; en aquella extensión alumbrada con luz elegiaca por la eterna romántica del cielo, ¡cuánto hubiera deseado el Quin alguna pasión casta, un amor puro!... Pronto se enteró de lo que ocurría. Se trataba de una perra nueva que había llegado a una de aquellas parroquias rurales por aquellos días. La escasez de perras en la aldea es uno de los males que más afligen a la raza canina del campo; por una selección interesada, en las alquerías se proscribe el sexo débil para la guarda de los ganados y de las casas; y al perro más valiente le cuesta una guerra de Troya el más pequeño favor amoroso, por la competencia segura de cien rivales.

Pero aquellos mastines hicieron comprender al Quin aquella noche, con datos de observación, que menos racionalmente obraban los hombres. Al fin, los perros se atacaban, se mordían para conquistar una hembra, o por lo menos alcanzar la prioridad de sus favores; pero los mozos de la aldea, que gritaban ¡ixuxú! y, como los perros, atravesaban los prados a la luz de la luna, y se escondían en las cañadas sombrías, y daban asaltos a los hórreos y paneras en mitad de la noche, ¿por qué se molían a palos y se daban de puñaladas con navajas barberas y disparaban ad vultum tuum cachorrillos y revólveres? Por el amor de la guerra; porque, pacíficamente, hubieran podido repartirse las zagalas casaderas, que abundaban más que los zagales y no eran tan recatadas que no echaran la persona (galanteo redicho, conceptuoso, a lo galán de Moreto), con diez o doce en una sola noche, a la puerta de casa, a la luz de las estrellas, como Margarita la de Fausto, menos poéticas, pero más provistas de armas defensivas de la virilidad putativa, gracias a los buenos puños.

Sí; los hombres, como los perros, hacían del valle poético, en la noche del sábado, campo de batalla, disputándose en la soledad la presa del amor. La diferencia estaba en que las aventuras perrunas llegaban siempre al matrimonio consumado, aunque deleznable y en una repugnante poligamia, mientras los deslices graves eran menos frecuentes entre mozos y mozas.”


Leopoldo Alas, “Clarín”
El Quin

18 de enero de 2011

Orgullo y prejuicio

“Cuando el señor Darcy le entregó esta carta no esperaba Elizabeth que renovase en ella sus ofrecimientos, pero tampoco esperaba, ni mucho menos, un contenido semejante. Es fácil suponer con qué ansiedad leyó cuanto decía y qué emociones más contradictorias levantó en su pecho. Sus sentimientos no podían definirse claramente mientras leía. Vio primero con asombro que aún encontraba Darcy disculpas a su conducta, cuando ella estaba firmemente convencida de que era incapaz de encontrar explicación alguna que un justo sentido del decoro no le obligase a ocultar. Empezó la lectura de lo ocurrido en Netherfield poseída de un fuerte prejuicio contra todo lo que él pudiera decir. Su curiosidad era tan intensa que apenas le dejaba lugar para la reflexión, y la impaciencia por saber lo que veía después le quitaba capacidad para atender al sentido de la frase que tenía delante de los ojos. Juzgó en el acto una solemne falsedad el que Darcy dijese estar convencido de que Jane era insensible al afecto de Bingley. La exposición de las verdaderas y peores objeciones que hacía a la boda despertaron de tal manera su indignación que le quitaron todo deseo de hacer justicia a Darcy. Elizabeth no se contentaba con aquellas expresiones de sentimiento por lo que había hecho; su estilo no era el de un arrepentido, sino el de un hombre altanero. Toda la carta era puro orgullo e insolencia."

Jane Austen
Orgullo y prejuicio

16 de enero de 2011

Por quién doblan las campanas

“—¿Va usted algunas veces a Segovia?
—¡Qué va! ¿Con mi cara? Esta cara es demasiado conocida. ¿Qué te parecería si fueras tan fea como yo, guapa? —preguntó la mujer de Pablo a María.
—Tú no eres fea.
—Vamos, que yo no soy fea. Soy fea de nacimiento. He sido fea toda mi vida. Tú, inglés, que no sabes nada de mujeres, ¿sabes lo que se siente cuando se es una mujer fea? ¿Sabes tú lo que es ser fea toda la vida y sentir por dentro que una es guapa? Es algo muy raro —dijo, metiendo el otro pie en el agua y retirándolo rápidamente—. ¡Dios, qué fría está! Mira la pajarita de las nieves —dijo, señalando con el dedo un pájaro, parecido a una pequeña bola gris que revoloteaba de piedra en piedra remontando el torrente—. No es buena para nada. Ni para cantar ni para comer. Todo lo que sabe hacer es mover la cola. Dame un cigarrillo, inglés —dijo, y, tomando el que le ofrecía, lo encendió con un yesquero que sacó del bolsillo de su camisa. Aspiró una bocanada y miró a María y a Jordan.
—Esta vida es una cosa muy cómica —dijo, echando el humo por la nariz—. Yo hubiera sido un hombre estupendo; pero soy mujer de los pies a la cabeza y una mujer fea. Sin embargo, me han querido muchos hombres y yo he querido también a muchos. Es cómico. Oye esto, inglés, es interesante. Mírame; mira qué fea soy. Mírame de cerca, inglés.
—Tú no eres fea —dijo Robert tuteándola sin saber por qué.
—¿Qué no? No quieras engañarme. O será —y rió con su risa profunda— que empiezo a hacerte impresión. No, estoy bromeando. Mira bien lo fea que soy. Y sin embargo, una lleva dentro algo que ciega a un hombre mientras el hombre la quiere a una. Con ese sentimiento se ciega el hombre y se ciega una misma. Y luego un día, sin saber por qué, el hombre te ve tan fea como realmente eres y se le cae la venda de los ojos, y pierdes al hombre y el sentimiento. ¿Comprendes, guapa? —Y dio unos golpes en el hombro de la muchacha.
—No —contestó María—; no lo entiendo; porque tú no eres fea.
—Trata de valerte de la cabeza y no del corazón, y escucha —dijo Pilar—. Os estoy diciendo cosas muy interesantes. ¿No te interesa lo que te digo, inglés?
—Sí, pero convendría que nos fuéramos.
—¿Irnos? Yo estoy muy bien aquí. Así, pues —continuó diciendo, dirigiéndose ahora a Robert Jordan, como si estuviese hablando a un grupo de alumnos (se hubiera dicho casi que estaba pronunciando una conferencia)— que al cabo de cierto tiempo, cuando se es tan fea como yo, que es todo lo fea que una mujer puede ser, al cabo de cierto tiempo, como digo, la sensación idiota de que una es guapa te vuelve suavemente. Es algo que crece dentro de una como una col. Y entonces, cuando ha crecido lo suficiente, otro hombre te ve, te encuentra guapa, y todo vuelve a empezar. Ahora creo que he dejado atrás la edad de esas cosas; pero podría volver. Tienes suerte, guapa, por no ser fea.”


Ernest Hemingway
Por quién doblan las campanas

3 de enero de 2011

Jimmy, the hideous penguin boy

My name is Jimmy,
but my friends just call me
“the hideous penguin boy”.



Tim Burton
The Melancholy Death of Oyster Boy & Other Stories

2 de enero de 2011

Bodas de piojos y pulgas

Los piojos y pulgas
se quieren casar:
por falta de carne
no se casarán.

Y dice el lobito
sesde su alto cerro:
—Háganse las bodas,
yo llevo un becerro.

—Pobres de nosotros,
carne ya tenemos;
por falta de vino
no nos casaremos.

Y dice el mosquito
desde el mosquitero:
—Háganse las bodas,
yo llevo un pellejo.

—Pobres de nosotros,
vino ya tenemos;
por falta de cama
no nos casaremos.

Y dice la oveja
con su suave lana:
—Háganse las bodas,
yo pongo la cama.

—Pobres de nosotros,
cama ya tenemos;
por falta de casa
no nos casaremos.

Y el topo responde
desde su topera:
—Háganse las bodas,
yo haré casa nueva.

—Pobre de nosotros,
casa ya tenemos;
por falta de cura
no nos casaremos.

Y dice el lagarto
en su cueva oscura:
—Háganse las bodas,
que yo seré el cura.

—Pobres de nosotros,
cura ya tenemos;
mas sin convidados
no nos casaremos.

Gallinas y pollos
se ofrecen gustosos
para ir a las bodas
de pulgas y piojos.

Salen de la iglesia
todos muy alegres,
pero en el camino
los novios se pierden.

—Señores, ¿qué pasa?
¿Dónde están los novios?
Y lejos se oyeron
las voces a coro:

—Pobres de nosotros,
nos hemos casado
y gallinas y pollos…
¡nos han devorado!


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