31 de diciembre de 2010

El viejo y el mar

“Decía siempre “la mar”. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de “ella”, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban alto, empleaban el artículo masculino, lo llamaban “el mar”. Hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o incluso un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía evitarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer”.



Ernest Hemingway
El viejo y el mar

28 de diciembre de 2010

El asesino dentro de mí

“—Siento que no se lo hayas dicho, Johnnie. Era lo peor que podías hacer.
—¿Quieres decir que se enfadarán? —gruñó—. ¡Al diablo con ellos! Ellos no me importan, y en cambio tú eres un verdadero amigo.
—¿Estás seguro? —pregunté—. ¿Cómo lo sabes, Johnnie? Nunca puede uno estar seguro de nada. Vivimos en un mundo loco, muchacho, en una civilización muy peculiar. Los policías juegan a ladrones y los ladrones juegan a policías. Los políticos son predicadores y los predicadores son políticos. Los recaudadores de impuestos recaudan para su propio bolsillo. Los Malos quieren que tengamos más dinero y los Buenos luchan para impedírnoslo. No nos conviene, ¿comprendes? Si pudiésemos comer todo lo que quisiéramos, cagaríamos demasiado. Habría inflación en la industria de papel higiénico. Así es como yo lo veo. Más o menos, los argumentos que oigo repetir son de ese calibre.”


Jim Thompson
El asesino dentro de mí

27 de diciembre de 2010

Demian

“Las cosas que vemos –continúo Pistorius con voz más apagada- son las mismas que hay en nosotros. La única realidad es la que en nosotros tenemos, y si los hombres viven tan irrealmente es porque aceptan como realidad las imágenes exteriores y ahogan en sí la voz de su mundo interior. También se puede ser feliz así; pero cuando se llega a saber lo otro se hace ya imposible seguir el camino de la mayoría. El camino de los más es fácil, Sinclair; tan fácil como penoso el nuestro.”


Hermann Hesse
Demian

25 de diciembre de 2010

Rime


Amore è un concetto di belleza
immaginata o vista dentro al core,
amica di virtute e gentilezza.

 
Michelangelo Buonarroti
Rime

Imagen: Sibila, de Miguel Ángel

23 de diciembre de 2010

La invención de Morel

“Tal vez porque la idea me parezca tan poéticamente desgarradora –buscar a una persona que ignoro dónde vive, que ignoro si vive-, Faustine me importa más que la vida”.

Adolfo Bioy Casares
La invención de Morel

22 de diciembre de 2010

La aventura del tocador de señoras

“Como recordarán ustedes, al final del capítulo anterior estaba yo a punto de recibir una ráfaga de plomo, y sin duda se estarán preguntando, al inicio de éste, cuál era mi estado de ánimo en tan delicado trance, cuáles mis reflexiones y cuál el balance postrimero de mi azarosa existencia. A lo que responderé diciendo que, habiéndome encontrado anteriormente en circunstancias similares (por mi mala cabeza), tengo comprobado no ser dichas circunstancias las más propicias para pensar sandeces ni para andarse por las ramas. Claro está que en todos los casos aludidos, por lo que a mí concierne, el resultado final nunca fue el previsible (diñarla), quedando así el espíritu dividido entre el susto y la filosofía. Aclaro este punto para no parecer escéptico en la materia, pues todos sabemos hasta qué punto un instante se puede dividir en otros instantes más pequeños, en cada uno de los cuales caben mil ideas, recuerdos y emociones. Lo único que puedo asegurar es que en ninguna ocasión, ni siquiera en los más críticos bretes, he visto, conforme suele contarse, pasar ante mí mi vida entera como si fuera una película, lo que siempre es un alivio, porque bastante malo es de por sí morirse para encima morirse viendo cine español.”

Eduardo Mendoza
La aventura del tocador de señoras

20 de diciembre de 2010

La señora Dalloway

«Tenía una idea perfectamente clara de lo que quería. Sus emociones eran siempre superficiales. Interiormente era muy sagaz: mucho mejor juez de las personas que Sally, por ejemplo y, con todo ello, sumamente femenina; con ese don extraordinario, ese don tan femenino de crear su propio mundo donde quiera que estuviese. Podía entrar en una habitación o, como le había visto hacer a menudo, detenerse en un umbral con mucha gente a su alrededor, pero siempre era de Clarissa de quien uno se acordaba. No porque fuese deslumbrante, ni tampoco hermosa; no había nada llamativo en ella; no decía nada especialmente inteligente; pero estaba allí, sin embargo; estaba allí.»

Virginia Woolf
La señora Dalloway

12 de diciembre de 2010

3

Olvidaré el año, el día, la fecha.
Me encerraré a solas con una cuartilla.
Obrate, milagro sobrehumano
de las palabras depuradas por el dolor.

Hoy, al entrar en vuestra casa
sentí
que algo ocurría.
Tú algo ocultabas en el vestido de seda;
el ambiente olía a incienso.

¿Estás contenta?
Un frío
«mucho».
La angustia rompió el valladar de la cordura.
Yo levanto la desesperación, ardiente y febril.

Escucha.
No lograrás
ocultar el cadáver.
Desprende sobre mi cabeza la palabra terrible.
Aunque no quieras
cada músculo tuyo
a través de la bocina
grita:
ha muerto, ha muerto, ha muerto.

No,
contesta.
¡No mientas!
(¿Acaso podré irme así?).
Fosas de dos sepulcros
son los ojos de tu cara.

Los sepulcros se ahondan.
No tienen fondo.
Parece,
voy a rodar del cadalso de los días.
Sobre el abismo, tendí como una cuerda, el alma
y, oscilando, hice malabarismos con las palabras.


que el amor ya le ha consumido a él.
Descubro la abulia en muchos detalles.
Remózate en mi alma.
Lleva el corazón a la fiesta del cuerpo.

Ya lo sé,
todos pagan por la mujer.
No te importe
si por ahora
a ti, en vez del lujo de los trajes parisinos
te visto en humo de tabaco.

Mi amor,
como el apóstol en tiempos remotos,
propagaré por miles de caminos.
En la eternidad te espera una corona
y en la corona mis palabras,
un arcoíris de espasmos.

Con juegos quintaleros los elefantes
culminan los triunfos de Pirro;
yo con pisar de genio atrono tu cerebro.
En vano.
No puedo arrancarte.

Alégrate,
alégrate,
has acabado conmigo.
Ahora
con tanta angustia
sólo me queda llegar al río
y meter la cabeza en las fauces del agua.

Me diste los labios.
Qué áspera eres.
Los toqué y quedé yerto
como si con labios penitentes
besara los muros fríos de un convento.

Golpearon
las puertas.
Entró él
aturdido por el alboroto callejero.
Yo
como si me partiera en dos en un grito.
Le grité:
«¡Bien!
¡Me voy!,
¡bien!
Quedará contigo.
Cósele trapos,
las alas tímidas engordan en sedas.
Cuidado, no se escape.
Como piedra al cuello,
cuélgale a tu mujer perlas de collares.»

¡Oh, aquella
noche!
Yo me ceñía más y más la desesperación.
De mi llanto y de mis risas
el morro del cuarto se torció de miedo.

Como un espectro surgía la imagen que de ti me llevé,
con los ojos la bordaste en mi alfombra,
como si un nuevo Biálik hubiera soñado
a la reina deslumbrante del Sión hebreo.

Afligido
ante aquella, que entregué,
me humillé arrodillado.
El rey Alberto
que rindió
todas las ciudades
era, comparado conmigo, un obsequiado.

Flores y hierbas, doraos al sol,
primaveraos, vidas de todos los elementos.
Yo sólo quiero un veneno:
beber y beber versos.

Tú, que me robaste el corazón,
que lo despojaste de todo,
que atormentaste mi alma delirante,
acepta mi regalo, querida,
tal vez ya no discurra nada más.

Pintad de fiesta el día de hoy.
Hazte,
hechizo, semejante a la crucifixión.
Mirad,
con clavos de palabras
estoy clavado al papel.


Vladimir Mayakovski
La flauta vertebral

7 de diciembre de 2010

La Reina de las Nieves

“Pero bueno, al fin y al cabo –pensé mirándolo- quién mejor que un extraño para ayudarme a armar la cama de la abuela, lo hace mejor que un amigo, porque lo hace desde fuera. También pasa en los sueños. Sale con frecuencia un desconocido que llevábamos al lado no se sabe desde cuándo y cuya intención principal parece ser la de que apenas nos fijemos en él, e incluso a veces se esconce o se convierte en otro para despistarnos. Y en los cuentos de la abuela aparecían también esta clase de seres secundarios pero fundamentales que luego he reencontrado tantas veces en las novelas y en el cine. Son testigos que no da muestras de actividad, que disimulan que están mirando, pero pueden estar enterándose de las cosas mejor de lo que parece.”

Carmen Martín Gaite
La Reina de las Nieves

6 de diciembre de 2010

Don Quijote de la Mancha

“-Advierte, Sancho –respondió don Quijote-, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas esas partes caben y pueden estar en un hombre feo, y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suelen hacer el amor con ímpetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme, y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho.”



Miguel de Cervantes
Don Quijote de la Mancha

5 de diciembre de 2010

Entre visillos

«–Dejemos esto, por favor. Es inútil intentar hacerse entender de los demás. Una vez más me doy cuenta. Le pido perdón por haberle aburrido con semejante carta y con las explicaciones de ahora. Soy imbécil.

–¿Imbécil por qué?

–Porque sí. Le advierto que soy yo la primera que ser ríe de sí misma –dijo en un tono altivo y agresivo–. De mi histerismo, si usted quiere llamarlo así.

–Yo no quiero llamarlo nada.

–Bueno, pues otros lo han dicho. Lo sé. Me complico la vida, me hago preguntas y me meto en líos. Digo lo que pienso y lo que siento; no tengo miedo de lo que piensen de mí. Y estoy contenta, a pesar de todo, siendo como soy.

Se hizo un silencio difícil de llenar. Yo todavía estaba tendido en el suelo. Sabía que ella estaba pendiente de que yo dijera algo y me hundía en el placer de no decir nada.»

Carmen Martín Gaite
Entre visillos

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